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Las fechas de honrar a nuestros fieles difuntos se acercan, y con ellas el cambio de la forma del viento, más ligero, agradable, húmedo, en el cual vamos oyendo los sonidos y ecos del pasado, lo que sé nos fue arrebatado de manera súbita, dolorosa o no.

El humor se transforma, vamos a pasos apresurados y desesperados por cerrar el ciclo del año que se termina, como si eso lograra resetear lo que no nos ha resultado, pero un día a la vez, una celebración a la vez, no perdemos el ímpetu de ir alcanzando las metas, así como vernos realizados en nuestras distintas tareas.

Este mes se me hace muy reflexivo, mucho más que cualquier otro, porque pensamos más allá de lo que tenemos enfrente, creamos una consciencia universal acerca del tabú de la muerte, de si hay algo más allá de lo terrenal.

En este sentido, hemos sido testigos de un transitar en aumento de asesinatos, flagelos, abusos, agresiones, y por lo visto, no hay vuelta atrás, sin embargo, esto no es una situación de la realidad actual, sino que somos un país inundado de sangre, en los campos, en la tierra, en las esquinas, en nuestros monumentos.

El ensayo “Un paisaje con olor a sangre” (1970), del escritor, narrador y político oaxaqueño Andrés Henestrosa, habla precisamente de los caídos, de los que hicieron de esta nación como la conocemos ahora, gracias a su sangre derramada, a las innumerables batallas a las que tuvieron que enfrentarse para construir un país libre y soberano como lo es México.

Ahí cuenta una anécdota que vivió José Vasconcelos –la cual le confió al mismo Andrés Henestrosa-, con el que fuera Presidente de nuestro país con carácter provisional en 1914, Eulalio Gutiérrez, que se dio en un viaje en vehículo antiguo donde se encontraban otras cuatro personas. Mientras todos iban admirando el valle y los campos, uno quiso sacar a colación la frase de Alfonso Reyes “Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”, epígrafe que se encuentra en su famoso ensayo “Visión de Anáhuac”. Asimismo, Eulalio Gutiérrez comentó:

“-Señores licenciados, a que ustedes no se han fijado de una cosa.

-En qué señor Presidente, inquirieron en coro.

-En que el paisaje mexicano huele a sangre.

Y fue lo mejor que se dijo aquel día, concluyó Vasconcelos”.

Este fragmento me sacudió y me hizo pensar en que la mayoría de nuestra cultura gira en torno a la manifestación de la sangre, primero siendo tributo y alimento para los Dioses a través de nuestros antepasados, la Conquista, la Inquisición, las cruzadas, las densas batallas, etc. “No hay un solo sitio en que no encuentre un mexicano muerto de muerte violenta, o por defender las sagradas causas. Su sangre no se seca nunca, su olor trasciende, vence los más sutiles aromas. Es una invitación a ser fieles al sentido de esta tierra, un convite a pelear”.

¿Será que en el fondo, gran parte de lo aguerrido, combativo y belicoso que somos los mexicanos se deba a que estamos infestados del olor a sangre seca de los más valerosos combatientes que fueron sembrados como semillas en nuestra vasta tierra?

Lo menos que podemos hacer es honrar su memoria, celebrar las victorias que tuvieron en vida, ennoblecer su legado, haciendo resaltar y preservar nuestras costumbres y tradiciones que en algún momento, quisieron arrebatarnos.

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