Reflexión de una sociedad competitiva
Karla Poot: Reflexión de una sociedad competitiva.
La competitividad ha estado presente durante nuestros procesos de socialización. Nos han dicho que se debe ganar, ser los primeros lugares en todo y sobresalir.
Hoy me quisiera enfocar en la competitividad dañina y egoísta, aquella que busca la comparación y admiración a costa de los demás. No en la competitividad del ámbito empresarial, sino en la social.
Esta falacia transgeneracional nos ha atormentado a lo largo de nuestras vidas. Vivimos en una sociedad que se basa en competir, en arrastrar si es necesario a otras personas y buscar el gran premio: el reconocimiento, un gran puesto, sobresalir, en ser mejores. Dónde ha quedado la autenticidad y la generosidad, ¿por qué no apoyar a quienes vemos navegando con dificultad? Los valores han quedado arrinconados, la moralidad ha decaído.
A todo esto, me pongo a pensar en las personas que son rechazadas y excluidas por no sumarse a este barco que navega en busca de un triunfo malicioso. Las personas en quienes pienso son aquellas que trabajan en silencio, las que no se cuelgan un reconocimiento ajeno o propio; personajes que han perdonado cuando sus creaciones les han sido arrebatadas. Estas personas son prudentes y muy sensatas; podríamos decir que su principal característica es la humildad.
Pero también están las personas que se dejaron doblegar, las que decidieron renunciar a sus sueños y anhelos; las que en el camino fueron envueltas por esas voces que solamente se dedicaron a comparar sus logros. Estas últimas son las que más duelen, porque se quedaron atrás, fueron señaladas, al grado de que las dudas y las inseguridades se apoderaron de sus almas. Con esto no busco desalentar a nadie, al contrario; sumémonos a dejar a un lado la idea de una competitividad voraz y el reconocimiento individual.
Por otro lado, están quienes han conseguido un reconocimiento por su equilibrio y justicia, porque saben dar y recibir sin esperar nada a cambio. Estas personas son genuinas por naturaleza y saben reconocer a otras que comparten sus mismos ideales. Tienen en común la generosidad y la bondad. Dejemos de competir por quién llega primero y quién se queda atrás. Dejemos de comparar nuestros logros y enfoquémonos en nuestros propios objetivos. Concienticemos a las nuevas generaciones de que el logro se puede dar en equipo y con ayuda. De que en el proceso se encontrarán con las buenas personas, aquellas que deciden ayudar sin esperar nada a cambio -soy testigo de que existen y están en lugares en los que menos podemos imaginar-.
Eduquemos con responsabilidad. Quizá esta opinión sea catalogada como una utopía. Lo que realmente me interesa es abrir un espacio para reflexionar sobre esta sociedad que está basada en la competencia. La misma que premia y rechaza. No tengo la intención de señalar a nadie ni mucho menos de juzgar. Mejor compitamos por ser mejores que ayer, compitamos con la persona que fuimos hace un año, aprendamos de nuestros errores. Alentemos a las personas que se doblegaron por esta falsa idea. Competir no es dañar.