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Sería maravilloso que en México las noticias versaran más sobre temas amables que enorgullecieran a la población, que se hablara sobre descubrimientos científicos, el desarrollo académico de los jóvenes, apuestas para la protección del medio ambiente o nuevas leyes para dignificar el trabajo y fomentar a los emprendedores.

En contraste, sólo hay encabezados negativos sobre crisis, peleas, violencia, división y fracasos. Al país le duelen muchas cosas: sus mujeres, niñas y niños, indígenas y desempleados. A México le supuran heridas que no sanan porque a la política oficial no le conviene que sanen. La nación entera trae un dolor a cuestas que algunos decidieron convertir en combustible para dinamitar la unidad nacional.

El caos se ha vuelto norma, pues es el escenario que los gobernantes eligieron sacar de las grietas que existen en el ánimo de la gente. Las zanjas que dividen el binomio nosotros-ellos se ensanchan gracias al patrocinio gubernamental. No hay en el horizonte visible un lugar para que aterrice la concordia.

El México del desarrollo, la ciencia, el arte y la cultura ha quedado sepultado con propaganda barata. No existe la mínima intención de coadyuvar a rescatar la grandeza de tiempos pasados, programas exitosos, iniciativas triunfadoras; la razón de negarse a hacerlo es porque los que hoy gobiernan no cuentan con la paternidad de dichas ideas y eso los corroe por dentro.

El ego es un mal consejero, sobre todo en posiciones de poder, impide reconocer aquello que funciona bien y que es de utilidad para la ciudadanía. El ego, dicen, te puede llevar lejos, pero una vez alcanzado el objetivo, te dejará ahí solo.

Las noticias son el termómetro de las preocupaciones sociales, son los cómo del día a día. Los ciudadanos miden la eficiencia gubernamental en cosas tan sencillas como su bolsillo. El pueblo bueno, como suelen llamarle ahora a los fieles empadronados, tiene opinión y no necesariamente es la que pretenden dictar desde el altoparlante de Palacio Nacional.

Los que alguna vez se denominaron convencidos del cambio hoy están confundidos. Poco a poco se ha difuminado la sonrisa en los predicadores de la cuatroté. Las cejas alzadas se multiplican, las objeciones resultan más comunes y lo indefendible ya provoca urticaria hasta en el electorado más fiel.

La realidad supera la fantasía, para prueba están los disparates de supuestos complots en contra del Gobierno Federal. Ese cuento se ha visto en dictaduras y en Estados que, de la noche a la mañana, se volvieron regímenes autoritarios. La persecución de los adversarios, intimidación de los periodistas y la socorrida invención de complots para asegurar militarizaciones está en los libros de historia.

En México la cosa no está perdida, pero hay que poner manos a la obra. La ciudadanía debe alzar la voz y tomar el control de lo que pasa en el país. La elección de gobernantes es una gran responsabilidad que no puede tomarse a la ligera, vigilar el ejercicio de gobierno debe ser una norma. Dejar el presente y el futuro en manos inadecuadas puede resultar muy caro.

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