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Bien dicen por ahí que, para ser, primero hay que parecer y, ante ello, nadie puede negar que hasta ahora ningún prospecto del oficialismo puede presumir que tiene la candidatura presidencial en la bolsa. Las semanas pasan y, para desgracia de muchos, en Palacio Nacional el mazo de cartas sigue intacto.

Pareciera que, para como van las cosas, hacia el cierre del proceso de sucesión el propio López Obrador quedará, sin sorpresas, a la cabeza de las preferencias electorales. En ese escenario, la tentación de la reelección será difícil de capotear y podría aparecer la narrativa de “no soy yo, la gente lo pide”.

Porque no hay mejor invento, y eso hay que reconocérselo al Presidente, que aquel concepto mágico del “pueblo bueno”, que se ha convertido en el arma preferida para desprestigiar iniciativas ajenas, pero también para apuntalar las ideas propias.

La eterna lucha que el populismo mundial propone también está más que presente en México, ya que a donde quiera que uno voltee hace su aparición la dicotomía de nosotros contra ustedes, nosotros contra ellos, nosotros contra los malos, nosotros contra los de siempre.

El Gobierno ha hecho todo lo posible por encasillar a la oposición en una masa uniforme que machaca a diario con adjetivos relacionados a la corrupción, el saqueo y la mentira. La lucha no es entre partidos, es entre proyectos de nación y eso lo han perdido de vista muchos de los supuestos líderes que abrazan la bandera contra el autoritarismo.

Las élites económicas y políticas ajenas al gobierno de López Obrador saben de los riesgos que conlleva la fractura institucional, pero, paradójicamente, han sido permisivos al exceso buscando matices entre las palabras afiladas del tabasqueño.

Acomodaticios como siempre, los empresarios han creído poder jugar con el régimen y poco a poco se han dado de topes al descubrir que gozan de más malquerientes de los que imaginaban. Con paso lento, los hombres de negocios apuntan hacia el 24 sin arriesgarse aún a mostrar simpatía por algún suspirante.

La clase económica de este país, por lo menos aquellos con suficiente influencia para mantenerse a flote, siguen sin mostrar sus cartas en espera de señales de tregua o paz que hoy parecen más lejanas que nunca.

Es sabido que el dinero derramado a través de programas sociales es el que sujeta con alfileres la popularidad del Presidente, esos recursos son finitos y su ejercicio resulta en una sangría a las finanzas públicas que pone en riesgo la sustentabilidad del proyecto de Gobierno.

Por un lado, el obradorismo necesita asegurar el flujo de capital por lo menos hasta la próxima elección presidencial y, por otro, generar las condiciones para un terso segundo Gobierno de Morena. Aunque pretendan hacerlo parecer simple, la tarea no lo es: cría cuervos y te sacarán los ojos, es la advertencia que zumba en los oídos más perspicaces. Al tiempo.

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