Grupitos del arte y centros independientes
Raúl Gasque: Grupitos del arte y centros independientes.
Gran animadversión he sentido acerca de un tema en específico: el de los grupitos del arte. En Taiwán veía con mucho pensamiento negativo cómo dos o tres grupos de artistas se reunían para exponer, acaparar las becas, los museos y los espacios. Llegando a Mérida en las antípodas voy viendo que es casi igual sólo que en otro ecosistema. En la Ciudad de México es lo mismo. Los Kurimanzutto, los galería OMR —galerías de la CdMx— bailan el mismo son de acaparar sin parar cualquier oportunidad que se les atraviese.
Creo que por eso siento y he sentido una atracción hacia los sitios marginales y galerías emergentes. Estos navegan en un mar rodeado de tiburones gigantescos que dejan únicamente lugar para los que transitan en la periferia. Pero no es únicamente mi cariño por lo antisistémico lo que alimenta mi corazón de charritos perpetuo y explorador de umami; sino también mi candor a esa búsqueda hacia lo real. Esas ganas de transgreder y buscar, buscar y buscar —como decía el Maestro Cholo— en un contexto existencialista de matices y mártires posrománticos.
Para estos lugares emergentes tengo un sitio de honor. Comenzaré mencionando al ya desaparecido espacio de Photo Pro en Mérida. Ahí, expusimos por primera vez Silvana Andrade —maestrisima de la fotografía microscópica— y yo. Ahí nos reunimos con el fotógrafo Otto Bauerle y corregimos con la diseñadora Maribel M. Osalde. Pasábamos horas deconstruyendo el color con Maribel. Hablando de distintos fotógrafos. Coincidiendo y conociendo a otros artistas —ahí conocí a Lizeth Abraham—. Al final la galería Photo Pro desapareció. Pero todos los que expusimos ahí lo recordamos como un lugar donde pusimos una semilla de esperanza en una Mérida que sentíamos como un desierto de lo que necesitábamos.
El otro ejemplo es el del Palacio de La Hiedra —traducción del mandarín al español—. Sitio de piratas transcultural en el que desarrolló lo que en principio era mi proyecto de tesis —el taller límbico—. En ese palacio chino del siglo XIX a orillas del Río de Taipéi en donde arribaban los barcos mercaderes de todo el Este y Sureste de Asia vi transitar a artistas y curadores con los que tomé una cerveza como Cuauhtémoc Medina —quien literalmente se durmió en una silla un 31 de diciembre como consecuencia del jet lag—, un grupo de japoneses artistas arribistas/oportunistas como el grupo Chim Pom. Y la lista sigue. Ahí, no hicimos grupos. No tuvimos la paciencia para crear gremios y dejar que las telarañas de lo institucional nos cubrieran. El Palacio después de dos años de exposiciones, performance y happenings desapareció dejando a Taipéi otra vez sólo con instituciones cuadradas listas para machacar el alma de jóvenes artistas y soñadores.
Ahora, desde hace unos meses he regresado a Mérida. Afortunadamente he visto cómo la escena cultural goza de una buena salud. Y no es precisamente porque acontece con lo que ya tiene raíces. Sino por los centros culturales emergentes que aparecen. Dejando un halo de trazos de perspectiva y lugar para los que tienen que decir muchísimo fuera de los cánones.
Para estos centros tengo mucho que decir. Pero creo que lo que más me gustaría es desearles algo sumamente contradictorio: que encuentren vida larga sin anteponer sus ganas expansivas de hospedar lo que nadie está hospedando.