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Marta Cabané-Navarro comenzó un viaje. Un viaje que no tiene ni principio ni final.

Marta llegó a un lugar de ecos graves. A una península que no importa el nombre que le pongamos, nosotros sabemos que es un espacio que ha trascendido el océano, el fuego, el meteorito, y que ahora se encuentra en un estado que recibe nuestro ser en el presente.

Cabané está consciente de todo esto, y al mismo tiempo también su inconsciente camina firme en latitudes paralelas. Una que no se puede ver ni tocar, y otra que es el mundo de lo tangible que habitamos. El Ritual exige una presencia presente absoluta.

No hay lugar para la ambigüedad. Lo que existe acá es misterio. Una exploración, una puerta al más allá.

El cementerio de Pomuch, con Venancio como guía/huésped, fue el portal sagrado que le invitó a que ella viviera su propio ritual/retinal/espiritual/íntimo/conceptual.

Nombrar lo que se suponía que estaba documentando es caer en obviedades, porque al final Marta capturó no el final, sino la continuación de un viaje que marca nuestra existencia. En un espiral de caracol sagrado, que, como sugiere Marta, debe ser visto con ojos de miel y ternura.

Cenizas se esparcen y se vuelven simbiosis, sincretismos. Color, luz, contraste. Un paso acá, otro allá. ¿Precisión? Yo diría respeto.

Las imágenes que devinieron del médium que estimuló a Marta para capturarlas deben ser observadas con una vela física o imaginaria. La cual se enciende antes de observar y se deja en la atmósfera perenne de este espacio sagrado que se ha montado para una sola cosa: vivir para estar consciente de que todos estamos acá, absolutamente... todos.

NOTA: este texto forma parte del cuerpo de palabra escrita de la exposición fotográfica Pomuch Choo Ba’ak de Marta Cabané-Navarro. La muestra se presenta en el Centro Cultural La Cúpula, en la calle 54 x 41 y 43 en el centro de Mérida.

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