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Mérida tiene siete corazones como los siete mares del mundo antiguo, tiene siete latidos simultáneos, todos motores de los que te habitamos, uno no suena sin el otro, la ciudad canta desde los trinos, desde las risas del vecino. Nunca ha sido blanca, Mérida diversa, Mérida arcoíris, Mérida de cielos azules, de tierra enrojecida y de verdes infinitos.

Escucho la llegada del “Filibustero” de Eligio Ancona, viene por el antiguo camino real a Campeche, la Ermita de Santa Isabel da la bienvenida desde 1748. Nuestra señora de buen viaje anida en el barrio de San Sebastián, el santo que murió dos veces, de soldado romano lapidado, a apóstol que falleció por segunda ocasión, con certero flechazo al corazón.

Seguimos el antiguo camino, pasamos la casa del fraile sin cabeza “Kulkal Kin”, nos sigue colosal arco de San Juan, en medio de tu plaza plagada de aves de oscuros matices una fuente que inspira. Enfrente, en la iglesia con sus características y arquitectónicas conchas habita la Virgen del Trueno.

Avanzamos, cito al Mtro. Gonzalo Navarrete: “Al oriente de la ciudad se fundó un pueblo que Don Francisco de Montejo, El Mozo, quiso destinar para los indígenas azcapotzalcas que lo acompañaron en la conquista de Yucatán”. Se le dio por nombre San Cristóbal, patrono de los conductores de automóviles, taxistas y vendedores de puerta en puerta en palabras de otro cronista, Álvarez Rendón. Avanzamos sobre la calle 50 que conecta con nuestra siguiente parada, La Mejorada, que albergó la primera estación de ferrocarril. En el corazón del barrio, el convento habitado por los frailes franciscanos hasta 1841, hoy sede artística universitaria. Bajamos a la calle 60 x 55, Santa Lucía donde aprendí amar la zona de monumentos, mi abuela tejía y vendía ropa típica en su plaza. Crecí viendo bailar a los adultos mayores los domingos, crecí con el olor a dulces y antojitos.

Vamos a Santa Ana, casa de la madre de la virgen, barrio bello incansable, nunca quieto, siempre atento a los pies que nunca paran. Suena a lo lejos “un tipo como yo” de Sergio Esquivel, proviene de la casa amarilla de puertas azules a espaldas de la iglesia. Cerramos con Santiago, nombre del Barrio de la marquesita eterna, de la cúpula emblemática de la escuela Nicolás Bravo, de su plaza que albergó la primera rueda de la fortuna en Mérida, iglesia de cielos amplios, sostenidos con madera de zapote y tzalam, a un costado de la calle 59.

Mérida fue narrada antes de ser caminada. T’hó permanece, existe en los que la reconocemos. San Sebastián de Raúl Renán, Mejorada de los conventos, San Cristóbal para los viajeros, San Juan y sus corridas de toros, Santa Ana con el dogma de la Inmaculada Concepción. De Santa Lucía y Santiago abundan las historias y sabores. Hay cantos en los barrios, hay colores de la memoria. Andar mi ciudad es escribirla, leerla desde ojos ajenos y curiosos. Mérida tiene siete corazones, todos palpitantes, plagados de vida y movimiento.

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