El sabor de los saberes. Herbolaria sagrada

Raúl Lara Quevedo: El sabor de los saberes. Herbolaria sagrada.

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Entonces tuvieron consejo sobre la
vida del hombre; como se harían las siembras,
como se haría la luz”
Popol Vuh

Nacemos del maíz, dice el Popol Vuh, de la alquimia entre la voluntad divina y la tierra enrojecida. Andamos bajo la sombra de la ceiba, nos encomendamos a la vida, hecha abismo, hecha palabra. Y es que la narración da vida, nombra a las cosas, a las plantas y sus atributos místicos, enraizados a nuestras venas, hechas tiempo y memoria.

El sabor de los saberes. Los saberes de la historia vienen acompañados por la hoja de copal que nos baña el cuerpo de manera sensual y profunda. Las infancias bendecidas por el enervante perfume de las flores afirma Nezahualcóyotl. En esta tierra del imperio maya, la selva es libro abierto digno de ser leído con profundo respeto y vehemencia. Canta el ave “Hunab Ku aromado en copal”, hasta los dioses se regocijan de la planta que da vida, de la hierba que nos conecta con los muertos y florece en el recuerdo.

La ceiba nos da sombra. Nos cobija la memoria histórica, se impregna la esencia y los frutos de la experiencia. Manos del tiempo nos configuran y conforman a su imagen y semejanza. Muestra de la manufactura cuasi-perfecta de los abuelos es el viento que nos mueve. Ese saber de pedirle permiso a las plantas como a la chaya para ser cortada, o en su caso, la norma de sólo cortarla de noche para que duerma mientras se le mutila. “Buenas para los riñones y las vías urinarias”, viene lo dulce de la tierra y la papaya de patio, que amerita ser bañada a la luz de la luna con cal y agua para soltar ese amargo sabor a resistencia. Llega la hoja de pomolché o también la de ciruela para cuidar la piel, para evitar sarpullidos y dolores por el Sol. Embriaga el culto; el cacao es elixir de dioses, se muele de rodillas, y se bebe mirando al cielo, buscando la aprobación de lo divido. El cacao nos acerca a la divinidad y también al pecado del exceso y la tentación.

La ruda acompaña a los finados. Los baña con sepulcral silencio. La planta purifica y nos guía por el camino que nos aguarda Xibalba; la quietud, el silencio. Con ruda se van los malos espíritus, se protege el camino. Cuánta herencia en tan pocas hojas dignas de ser leídas.

Las manos viejas del tiempo entretejen e hilan los extremos de la identidad, se cuelan por las puertas y anidan en las casas, en las cocinas; magia de sabor e historia, de memoria y sabiduría, una que ninguna conquista nos pudo apartar. Recordamos a los creadores Kukulcán y Hunap Ku, que con cariño seleccionaron las mazorcas amarillas y rojas, armaron los cuerpos y dieron vida. Ahí, en la comodidad de la cocina, se rememora este acto divino, casi bendito. La familia se reúne, canta, come y reza, cualidades del sincretismo cultural. Surge la vida, nace la muerte de las mujeres y hombres de maíz, los seres que emergemos de la tierra y regresamos a ella.

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