Los pícaros Lizardinos. Puentes entre la memoria y la palabra

Raúl Lara Quevedo: Los pícaros Lizardinos. Puentes entre la memoria y la palabra.

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Escribir es un acto de reconciliación entre la memoria y la historia, un acontecimiento que reúne todos los placeres de la idea, del verbo hecho a imagen y semejanza. ¿De qué?, he ahí la interrogante, José Joaquín Fernández de Lizardi, confabuló desde la ficción una verdad entendida, reconocida, pero jamás confirmada: la identidad, ese absurdo que no es más que la etiqueta que nos ha tocado sobrellevar desde el particular alumbramiento de cada cuál; sin embargo para inicios del siglo XVII, la necesidad de pertenencia a grupos sociales así como la negación a los derechos colectivos impulsaron notorios reclamos e inconformidades. Mirando el contexto, para el año 1808 los primeros albores del malestar colectivo hacían acto de presencia entre la clase criolla. Esta desesperación impulsó un movimiento armado para 1810, la Independencia mexicana.

Lizardi encabezó movimientos intelectuales que evidenciaron las claudicaciones de la gobernanza española. El precio fue alto, tres clausuras a sus diversos movimientos editoriales, entre ellos el periódico Corriente Eléctrica de 1824, cinco privaciones de libertad, y un sinfín de amenazas buscaron acallar el ímpetu de una voz que susurró durante varios años. Tal vez fue un aliento de inspiración, un reto a su creatividad, pero para 1816 una obra icónica vió la luz en la literatura mexicana, misma que fue concebida de manera paralela a los procesos independentistas como elemento conciliador entre la verdad y la ficción. De trama apabullante, atractiva y de retratos sociales innegables: El Periquillo Sarmiento, se convirtió en el testimonial literario de los procesos controversiales que dieron pie a lo que hoy celebramos desde nuestra mexicanidad. A manera de folletines, Lizardi migró de la figura por excelencia informativa, sí, la del periódico a la creación literaria; esto es detonante y relevante, pues al mirar a la censura desde su legitimización (en 1812 con la Constitución de Cádiz), vio en la ficción un punto de fuga, un punto ciego ante las normas así como un canal de comunicación de suma atracción para una clase en constante resistencia y crecimiento.

Sin embargo, para 1832 abundan las finas controversias, resurge la figura del pícaro con: Don Catrín de la Fachenda, texto de idéntica estructura narrativa, personajes análogos y peripecias extrañamente similares a las de El Periquillo pero con un desenlace revelador. La polémica de una identidad móvil, que se oferta al mejor postor, de títulos a apellidos, de novoespañol a mexicano, de la censura a ficción, ideales de una patria que se improvisa y adapta. Lizardi, a través de sus pícaros retrata y concilia las problemáticas en una obra que nos da luz en medio de un legado patriótico, complejo y taciturno.

Leer a Lizardi es ver el maravilloso uso de la literatura para ser críticos desde la ficción, es notar el complejo camino que aún recorremos para concretar la mexicanidad. Sin duda, el autor nos deja un mensaje potente, la sociedad sea cuál sea terminará imponiendose al indiviuo, pero la literatura nos hará libres pese a todo lo que sociedad nos imponga.

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