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El sonido, las voces, el ruido, el silencio nos terminan habitando y significando, siempre y cuando nos vinculen. Sin duda, hoy en día “¿no escuchas hablar a los muertos?”, parafraseando al majestuoso Juan Rulfo en su Llano en llamas. Es un hecho que Rulfo aborda desde la capacidad literaria la importancia de la sonoridad y su impacto en los individuos. La polifonía rodea al personaje de Juan Preciado y le da un pasado, una historia. La música hecha recuerdo, llega a él a través de voces. De manera similar la Fonoteca Nacional, a manera de ouija literaria guarda las voces y armonías de los sonidos que fueron. Así, la voz de Porfirio Díaz, María Callas, José Vasconcelos y de otros tantos suenan desde la ausencia física, pero presentes desde la articulación del sonido.

Sin duda, la música forma parte de nuestro ser colectivo. Aprendemos cantando y nos expresamos desde el sonido o la vibración del mundo. ¿Quién no recuerda las canciones de infancia, los sonidos breves que denotan un significado (fonemas), el trinar de los pájaros, el claxón del panadero, las campanas llamando a misa (aunque ellas nunca vayan), el tono de nuestro celular o la sirena de una ambulancia? La poesía misma, desde su segundo nombre (lírica), hace homenaje al sonido. La musicalización del lenguaje, el verso que se acomoda al ritmo, a la forma y a la métrica; pasando por el canon estético. Para muestra un botón. He aquí un fragmento del poema “Serpentina” de Delmira Agustini. Este crea un ritmo que asemeja al sisear de una serpiente: “Si así sueño mi carne, así es mi mente: / un cuerpo largo, largo, de serpiente, / vibrando eterna, ¡voluptuosamente!”.

He aquí el ritmo de las expresiones guturales articuladas, mismas que podemos encontrar en la vibración resultado del estímulo humano: un rozar, un aliento, una presión de labios, un golpe, un deslizar los dedos. A finales del siglo XVI en Inglaterra hubo un notorio interés por la música de cámara, que lleva ese referente debido a que se ofrecía en cuartos específicos de una residencia. Así, las manifestaciones musicales empezaban a sectorizar a las poblaciones; pues por un lado estaba quien podría solventar el gasto de una orquesta a domicilio, y por el otro, el vulgo que, desde su dinámica de vida, tenía poco interés en pagar por algo que no era de utilidad inmediata o simplemente no sentía como suyo al desconocer los códigos de recepción: La música y sus espacios, de los sonidos en armonía ofertados en los teatros y salones de la pomposidad social, a los cantos y ritmos en las plazuelas y tabernas cotidianas.

El gusto se rompe en géneros y aquí en musicales específicamente. La música y sus mecanismos de promoción deben ser puente y lenguaje universal incluyente e interesado en su variedad de receptores. Horizontalizar el territorio de la generación y promoción musical desde todos los niveles de convivencia acercará, no sólo a nuevos intérpretes, sino a toda una generación que se verá como igual desde los productos sonoros que consuman o reproduzcan

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