Leer no es lo mismo que comprender
Raúl Lara Quevedo: Leer no es lo mismo que comprender.
La lectura es un bien social que debe fungir como interlocutor entre la ficción y el contexto de lo real, esto rompe con la pasividad del fomento a la lectura y dinamiza las secuelas del conocimiento, invitando al usuario a construir nuevos aprendizajes desde él (competencia literaria). Cerillo (2021), atenúa lo anterior, entendiendo a la comprensión lectora como la capacidad de decodificar elementos de la lengua encaminados a sintaxis y redacción, por otro lado, la competencia literaria es aquella que busca que el individuo negocie lo leído y lo contrarreste con su bagaje de experiencias previas, para el primero se necesita una plataforma de lectura y el código lingüístico, para el segundo término únicamente es necesaria la información y el proceso de introspección con ella. De lo anterior, Mendoza sostiene que la competencia literaria es: “Proceso de recepción, de un proceso de asimilación de experiencias literarias de las que deriva su reconocimiento” y, en cierto modo, su “aprendizaje /conocimiento… la participación del lector en la identificación de rasgos y factores textuales…” (Mendoza, 2001).
Tanto Cerillo como Mendoza atisban la problemática, todos los esfuerzos en nuestro país por promover hábitos lectores se han centrado en la superficialidad de la competencia lectora, ponderando más la decodificación meramente gramatical, dejando a un lado la vinculación de los saberes con las experiencias previas. Retomando, lo que no contemple la práctica social de los usuarios no generará impacto en sus dinámicas relacionales. Es decir, habrá que abandonar la idea que los lectores se adapten a los libros, por la premisa que las lecturas deberán articularse a las experiencias de los usuarios: la lectura centrada en el individuo.
Pareciera que la lectura es un proceso silencioso que se ocupa de cobijarnos individualmente permitiéndonos dialogar/nos, charlar con aquello que difícilmente percatamos en lo cotidiano. Es que el acto de leer ha adquirido un rol pasivo desde el plano educativo, se ha romantizado en lo social que la lectura por placer es el epítome de la letra. Para las instituciones públicas ha sido cómodo simular que con el hecho de ofrecer libros en las zonas urbanas de las colectividades se subsana y potencia la alfabetización así como el fortalecimiento de la capacidad crítica colectiva. El tener, dotar, donar o poseer libros no garantiza la lectura o comprensión de los mismos.
Por más de 100 años hemos estancado la capacidad de la lectura, anclándola en los modelos educativos que ya son obsoletos a toda vista. Las pruebas las encuestas nacionales evidencian que los actuales esfuerzos de la política educativa para con la lectura están ensanchando la brecha de la desigualdad social. No hay que perder de vista la meta, el desarrollo social desde lo individual por medio de la lectura. Fetichizar el proceso de leer, amarrarlo al libro (el objeto físico) aleja a un sector que no ve en el libro un símbolo práctico o reconocible a su contexto. Es decir, seguir promoviendo la lectura desde el aspecto onírico de sentarse a leer debajo de un árbol es algo alejado de las necesidades inmediatas de un gran porcentaje de la población.
Referencias
Cerillo, Pedro (2021) “El lector literario”. FCE. CdMx, México.
Mendoza, Antonio (2001) “El intertexto lector”. Ed. Universidad de Castilla. Madrid, España.