El difícil acto de querer mirar

Raúl Lara Quevedo: El difícil acto de querer mirar.

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“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, escuché por primera vez este refrán de los labios de mi maestra en quinto de primaria, me lo repetía cada que las matemáticas llegaban a las tareas; los errores que claramente son evidentes y se siguen experimentando, se convierten en decisiones. El reto será que la voluntad del conocimiento y la capacidad de acción se confabulen para incidir en nuestro actuar.

En su obra, “Ensayos sobre la ceguera”, José Saramago, nos permite mirar también que hay cegueras “blancas”, las más contagiosas, estas entumen las retinas físicas y morales, impiden la capacidad de ver lo evidente, atisban el dolor, la pérdida y el hambre de otros. Como lo argumenta Saramago, los ciegos abundamos, vemos la luz blanca de lo cotidiano, pero preferimos costurarnos los párpados, simulando, existiendo. “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, que hay de los muertos de la guerra en Ucrania, los fusilados de Corea del Norte, los llantos huérfanos de justicia en Israel y Gaza.

Tantas imágenes palpitantes y ningún eco de empatía. Giovanni Sartori, complementa que nuestra generación tiene una ceguera selectiva, vemos lo que nos alimenta y omitimos lo que nos recuerda el propio vacío. Ante una generación del “homo videns”, ya no creemos lo que sabemos, sino lo que elegimos ver. Si el dolor no es nuestro, no existe, si la guerra no es mía, no existe. De esta manera nulificamos las realidades ajenas, prefiriendo la Casa de los Famosos o los mundos idílicos de la inteligencia artificial ante el miedo en gangrenado de los habitantes de Sinaloa, de los hermanos chiapanecos que huyen a Guatemala en las caravanas migrantes a razón de la violencia como argumenta la BBC, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

Este mundo no necesita “likes” o set instagrameables, necesitamos humanidad, comunidad y acción social. A lo largo de nuestros días, como raza predominante hemos usado el poder contra el otro, construyendo otredades donde sólo hay diversidad. En este mundo dónde ya nos acostumbramos a la violencia, llegaremos al punto de justificarla y naturalizarla en un nivel nunca visto. Michel Foucault argumenta que el castigo y el poder son discursos que terminarán siendo las herramientas del oprimido. Irónicamente, la violencia es más incluyente que nosotros, ella no discrimina, cualquiera puede usarla y alimentarla. ¿Qué toca hacer?, mirarnos, observarnos con empatía y curiosidad. Elegir y actuar con conocimiento.

Es momento de romper las rutinas normadas y abanderar el cambio posible, dejar de vernos con colores políticos para reconocernos como habitantes del mismo dolor colectivo, del mismo lenguaje que nos significa y define. Hoy, para los invisibles, los invalidados, los inexistentes a toda política, acción, norma o comunidad social, es la última generación de lucha, no habrá más oportunidades, hay que mirar lo que incomoda, resolver lo que nos compete y exigir la justicia para quien la necesite. Miremos atentos estos mundos, hagamos a un lado el “ojo por ojo”, y “el hasta no ver no creer”, “hagamos el bien sin mirar a quien”.

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