Un tesoro escondido: la identidad latinoamericana (y IV)
Verónica García Rodríguez: Un tesoro escondido: la identidad latinoamericana (y IV).
México, como toda América Latina, ha estado condicionado por mucho tiempo a Estados Unidos, es el basurero que recibe los desechos industriales, donde experimentan con armamento químico y nuclear; somos mano de obra barata y tierra que pueden usar y desechar, el prostíbulo donde se divierten sin reparo ni pudor, ni temor alguno a la ley, porque la ley en Latinoamérica es corrompible ante el dólar o el euro; somos el mejor mercado, el que consume a precios altos productos hechos en su propia tierra y etiquetados made in EUA; somos los mejores anfitriones para un turismo que goza de un paraíso a bajo costo, pero eso sí: los primeros en la lista de sospechosos en los crímenes cuando cruzamos del otro lado. Como dice Natalicio González: “En el empeño de aniquilarnos para lograr cierto parecido con el modelo, vendimos nuestra alma al diablo”.
Dice Mariátegui que la respuesta a nuestros problemas no está en Europa, ya probamos sus métodos y no funcionó, ¿por qué seguimos insistiendo en buscar afuera las respuestas? Por supuesto, tampoco están en Estados Unidos, que, a pesar de ser un país americano, se ha construido y solidificado como una comunidad aparte, con una política de supremacía ante los demás países. Pero, si miramos hacia adentro, en el corazón de nuestra América, en nuestro origen, podríamos, quizá, encontrar las soluciones a nuestros problemas.
Tenemos en los pueblos originarios sistemas de organización basados en una ética que se desprende su cosmovisión y donde sin necesidad de imposiciones legales funciona el trabajo comunitario, la salud, la economía y el orden social de comunidades enteras, sin hablar de sus conocimientos que han sido silenciados. ¿Por qué no mirar hacia nosotros mismos? Natalicio González señala que “América fue inicialmente un mundo autónomo. Sus pueblos, cualesquiera que hayan sido sus lejanos y desconocidos orígenes, crearon una civilización peculiar con la sola fecundidad de su propio genio, sin el aporte de milenarias experiencias anteriores de otros continentes, como ocurrió en el mundo greco-romano y en la Europa cristiana. De ahí proviene el desequilibrio desconcertante de las culturas indígenas del Nuevo Mundo”.
Asimismo, una forma de abarcar todas esas diferencias que confluyen en ser parte de un mismo continente, que comparte una historia y realidades en común, reconocidas o no, es mirarse como latinoamericanos. De esta manera, el concepto nos abraza a todos por igual respetando las diferencias.
Así pues, pasamos de la identidad a los diversos procesos de las identificaciones y eso se da al mirar al sujeto, a los individuos con sus individualidades y vemos que hay más de una respuesta.
Como conclusión, si bien no hay una respuesta única para la identidad, sino procesos inacabados, conflictivos y en ocasiones hasta contradictorios. Hay una disputa por la identificación, pues nos seguimos preguntando quiénes somos; existe también una disputa por quién pregunta y por nombrarnos de una manera única. Son procesos de construcción identitaria que van de acuerdo con el momento histórico y a quién tiene el poder de nombrar.