Construir sin que la añoranza del pasado nuble el anhelo de futuro
Raúl Monforte: Construir sin que la añoranza del pasado nuble el anhelo de futuro
En términos de políticas públicas y en especial en el tema energético, en México tenemos un pasado del cual tenemos que estar muy orgullosos. En el año de 1937 nuestro país tenía 18.3 millones de habitantes, de los cuales poco más del 38 porciento tenía acceso a electricidad, servicio que con dificultades alcanzaban a brindar tres empresas privadas. El 14 de agosto de ese año, en la ciudad de Mérida, Yucatán, se promulgó una Ley para crear la Comisión Federal de Electricidad.
A pesar de los esfuerzos, tanto de la CFE como de las empresas privadas, en 1960 apenas un 44 porciento de los hogares mexicanos contaba con electricidad, lo que motivó al presidente Adolfo López Mateos a nacionalizar la industria eléctrica en 1960, con el propósito fundamental de aumentar el nivel de electrificación de la población mexicana.
Hoy, cuando aún el 13 porciento de la población mundial no tiene acceso a sistemas modernos de electricidad, y que la ONU se ha propuesto entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible garantizar en 2030 el acceso universal a servicios energéticos asequibles, fiables y modernos, en México, según la más reciente publicación de la Encuesta Nacional sobre Consumo de Energéticos en Viviendas Particulares, dada a conocer por el Inegi, el 99 por ciento de los hogares cuenta con electricidad, restando apenas una pequeña fracción, para adelantarnos casi una década al alcance de dicho objetivo. Es imposible regatearle este logro a la CFE.
Ahora bien, el mundo entero ha aprendido durante muchos años cómo gestionar correctamente las redes eléctricas. Ese conjunto de lecciones aprendidas fue recopilado y conjuntado por tecnicos y legisladores mexicanos, y se plasmó en la reforma energética de 2013 y en las leyes que de ella se derivaron. Ciertamente no fue una reforma perfecta, le faltan muchos temas sobre los cuales hay que legislar, para establecer un marco legal y regulatorio propicio para el despliegue de diversas tecnologías que tienen que ser implementadas en la presente década, tales como el almacenamiento de energía en baterías, la gestión inteligente, las microrredes y otras.
Rick Warren, escritor estadunidense, dijo una vez la frase “somos producto de nuestro pasado, pero no tenemos por qué ser su prisionero”, y esto aplica para la situación que vivimos hoy en México, cuando se presenta una iniciativa de reforma en materia de energía eléctrica, que pretende retrocedernos a ese pasado añorado, pero que estaría nublando los anhelos de futuro de todos los mexicanos. Un futuro cuyo objetivo es claro, y que para alcanzarlo es necesario transitar un camino estrecho, que por supuesto necesita de unas reglas y un marco de actuación que lo respalde y le dé sustento. México necesita modernidad, y la construcción de un sistema energético que no puede parecerse al del pasado, y no porque se reniegue de él o sea malo, sino porque así como respondió cabalmente a las condiciones de su tiempo, hoy se necesita otro distinto para responder adecuadamente a las circunstancias actuales y futuras.