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La grave crisis generada por la inmigración en el sur del país fue generada por el presidente López Obrador cuando, en octubre de 2018, en su gira de agradecimiento por Chiapas, luego de ser electo, prometió a los “hermanos migrantes centroamericanos” que en México se les daría trabajo y protección en su camino hacia Estados Unidos. Quince meses después no ha podido cumplir su ofrecimiento y ha generado un caos en la llamada “frontera olvidada”, que marca el río Suchiate con casi mil km de límite natural con Centroamérica.

Ese discurso de octubre no tan distante se dio poco después de que AMLO prometiera visas a migrantes, en medio del cruce de caravanas provenientes de países como El Salvador, Honduras y Guatemala. Muchos de ellos, que esperaban la oportunidad de reunirse con sus familiares en Estados Unidos y por miedo no lo hacían, escucharon el canto de las sirenas.

Pero el presidente y sus asesores no advirtieron que esto tensaría más la relación con EU y obligaron a Donald Trump (que no ha desistido de construir su muro) a amagar con imponer aranceles si nuestro país no dejaba de ser tránsito de migrantes, y vino entonces un nuevo problema con cientos o miles de inmigrantes varados en ciudades fronterizas del norte, donde a su vez crearon conflictos a las ciudades.

Hace unos días, autoridades del INM rechazaron la solicitud de libre tránsito de una nueva caravana en los límites en Chiapas, lo que ocasionó enfrentamientos con fuerzas armadas y la entrada por la fuerza de centenares de migrantes, que en su mayoría fueron capturados mientras avanzaban por Tapachula y luego fueron deportados.

Todo esto, dicen los titulares de Segob, SRE y SSPC, se realizó (aún creen que la mentira repetida muchas veces se vuelve verdad) con respeto a los derechos humanos, aunque la cobertura de los medios muestran otra versión, y la CNDH brilló por su ausencia, porque su titular, Rosario Piedra, no quiere ser una piedra en el zapato de su jefe.

Si bien la migración es global y tiene su lado humano, que no podemos soslayar, ésta debe hacerse en forma ordenada, respetando las leyes de las naciones que reciban a los desplazados, porque este caos generado por la política de “donde come uno comen dos”, ha obligado a movilizar fuerzas (INM, Guardia Nacional, Ejército, Marina, policías) y erogar recursos para alojar, alimentar y deportar (en avión, faltaba más) a miles de desplazados; dinero que bien puede dirigirse a prioridades como, por ejemplo, el abasto de medicinas o corregir deficiencias en el naciente Instituto Nacional de Salud y Bienestar.

Y a las fuerzas federales, que deberían destacarse en entidades cooptadas por la delincuencia organizada –que sigue dejando su estela de muerte–, ahora se les encomienda corretear y detener a quienes fueron invitados a ingresar al país con empleo, visas, seguridad, programas sociales ex profeso… y lo creyeron.

Anexo "1"

La frontera en Chetumal

Otra frontera natural problemática, pero sin llegar al extremo del Suchiate, es el río Hondo, limítrofe entre México y Belice. Aunque aquí la migración está regulada, el tráfico ilegal "hormiga" de mercancías y otros productos se sigue realizando a través de comunidades ubicadas en la ribera del río, a pesar de que partidas de Infantería de Marina están destacadas en puntos neurálgicos y coadyuvan a la seguridad de esas poblaciones, además del patrullaje de buques fluviales de la Armada.

El cruce por la garita de Subteniente López (lado mexicano) hacia o desde Santa Elena (lado beliceño) es ordenado, aunque con mucha menos afluencia, pues la llamada "zona libre" cada vez recibe menos visitantes que en los últimos 25 años del siglo pasado, pues ahora la mercancía extranjera se puede adquirir en Chetumal o en cualquier ciudad de México, incluso al mismo o menor precio.

Ahora, Santa Elena se asemeja a un pueblo fantasma, atrás quedaron los días en que comerciantes chetumaleños se volcaron ahí para abrir negocios en un segundo "boom" que se ha apagado.

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