Cuentos frente al espejo
Patricia Carrillo: Cuentos frente al espejo
Ayer fue 25 de septiembre y ante ello: ¡Larga vida al cuento! Esta frase ha sido la consigna desde 2016 cuando un grupo de lectores –entre ellos la apreciada Celia Pedrero– erigieron desde la iniciativa civil el Día del Cuento, de Yucatán para el mundo, eligiendo esta fecha por ser el natalicio de un maestro de maestros: Agustín Monsreal. Hablar del cuento como subgénero narrativo abre una gama casi infinita de perspectivas, pero podemos centrarnos por hoy en la existencia propia de la narración cuentística. Han sido numerosos los escritores que se han consagrado gracias al cuento; incluso, éste ha abierto brechas y dilemas tipo “es un gran cuentista, pero pésimo novelista” (o viceversa), lo que expone que el cuento puede ser exigente en su elaboración. También a quienes iniciamos el camino de la creación literaria desde la narrativa nos han expuesto la célebre frase de Julio Cortázar: “la novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut”.
Ante el cuento todos somos parte del rompecabezas, en líneas claras o en tímidas proyecciones; a veces personaje, a veces escurridizo testigo, siempre estamos ligados a que en nosotros se mueva algo cuando nos reflejamos cual espejo ante un texto de esta naturaleza. Si no pasa, posiblemente el cuento no era para nosotros (o no en ese momento).
Y hablar de cuentos también nos lleva a sus exponentes. Podría enlistar un desfile de nombres y apellidos, pero fiel reflejo a su pluma, iré directo a una representante que puedo recomendar como grata referencia: Beatriz Espejo. Hace unos días en una actividad en la cual hablé de su semblanza, reviví la lectura de dos de sus cuentos; el primero de ellos fue con el cual la autora se presentó ante mí como una de sus incipientes lectoras: “El bistec”, un texto con anacronías y recursos acomodados de la mejor manera, con una cocción lenta entre letras y un sabor por demás fuerte al momento de servir el plato, ¡Ay, Ruperta, lo que hace el hambre! Este cuento es de los que suelo referir de su autora, más por mi experiencia lectora que por demeritar su vasta obra, por ese uso lúdico de los recursos y el desenlace que, literal, te quita el hambre (esto último depende de las manías de cada uno). Por otro lado, en dicho momento también di lectura a “Las dulces”, un cuento que retrata el acto de reprimir emociones no siempre por querer, sino por ser víctima de tu entorno y, sí hay que decirlo, por ser rehén de uno mismo.
Leer a Beatriz Espejo hace honor a su apellido: nos coloca entre una suerte de espejos donde podemos vernos una y otra vez, abriendo episodios intensos, corriendo en una narrativa pulcra, con personajes tan vívidos que podríamos ser nosotros mismos. Porque en este Día del Cuento sirvámonos de paladear cuentos, nuevos o relecturas, para mantener esta llama en el esplendor de su furor.