Aprendizaje
En el internado aprendí a comer con las manos, aprendí que un libro es la mejor almohada y el piso el mejor colchón.
En el internado aprendí a comer con las manos, aprendí que un libro es la mejor almohada y el piso el mejor colchón. Que se puede dormir sentado, parado y hasta de cabeza, que las mayores enfermedades son causadas por el mismo hombre y se llaman envidia e injusticia, las cuales se vencen con perdón.
Aprendí que la gente humilde es la más cariñosa y agradecida y que gracias a ella te puedes mantener de pie después de 36 horas de guardia sin ver la luz del día. Que hay médicos y enfermeras a los no les importa su horario de entrada o de salida, pues para ellos es prioridad el sentir del paciente.
Aprendí que la familia no te entiende, pero que estará ahí ofreciendo su consuelo cuando cometiste un error que agravó a un paciente; porque también aprendí que somos seres humanos y que, pese a todos los estudios, vamos a fallar en algún momento y la culpa nos acompañará todo el día, toda la noche, toda la semana y que al final se vencerá gracias a la conciencia colectiva de un equipo de trabajo que, pese a todo, al final ahí está. También aprendí a apelar por mis derechos y ser castigado por exigirlos, que los héroes son anónimos, de carne y hueso y se les llama internos.
Pero en especial aprendí que el mejor invento se llama paracetamol y que si no mejora los síntomas la mejor medicina es la sonrisa y que cuando logras regalarle una a un paciente, pese a lo destruido que estés, quien realmente se sanó fue tu alma, porque a fin de cuentas eso es el internado: una constante lucha de supervivencia y aprendizaje, donde te quieres salvar mientras ayudas a tu paciente, donde sonríes y lloras, donde conoces tus dones y defectos, donde descubres la magia de la vida.