De fines y comienzos
Julia Yerves: De fines y comienzos
Cuando era niña, y sin realmente saber por qué, cada estallido de petardos y fuegos artificiales en el cielo que indicaban el fin del año, me provocaban unas ganas inmensas de llorar.
No es que hubiera perdido algo, o que alguien me faltara; estábamos completos y en paz con los que se habían ido y su ausencia era armónica. Llegaron otros y como si se tratara de una sustitución amable y amorosa, teníamos la impresión de estar los que debíamos estar. ¿Y el llanto, entonces? No había explicación, pero ahora con la distancia, diría que era emoción total, sensibilidad exagerada y la impresión de tener muchos corazones bombeando agua saladita y no sangre en la garganta. Hay quienes, como yo, nacieron con ganas permanentes de llorar. Por todo, y por nada.
Ahora se siente diferente. Rodeada de quienes amo y me aman, de gente extraña que circula por la ciudad comprando automáticamente, de precios elevados, “viejos” listos para explotar, doce uvas que atragantarán a uno o dos por familia, alcohol festivo y la promesa de una sobremesa empachada que dure dos días; algunos pudieran sentirse ajenos. Como si el dos mil veintitrés nos hubiera entumido, acaso mal mirado, o hablado fuerte.
Y es que la nostalgia, absoluta compañera del año que termina, no comprende que a las doce con un segundo ya no es bienvenida y en su lugar llegan los propósitos, las esperanzas, las ilusiones y también los miedos. Los brazos de todos se abren frenéticos buscando a cualquiera alrededor para apretarlo fuerte contra el pecho y felicitarlo porque vaya que hay años vividos en personas que merecen ser congratulados por finalizar y patearlos a un ladito donde no estorben, o donde no duelan. Entre “a ver cómo nos va este año”, “que no nos falte nadie”, comenzamos inciertos, damos el primer paso, terminamos el primer día.
Que este año que nos saluda con la mano desde la distancia de un día y prometiendo llegar, te abrace con calma, con días lentos, luminosos, con brisas que sean caricias, con caminos empedrados, pero fáciles para caminar. Que tú, quien me lees, encuentres siempre tu mesa completa, que no te falte nadie. Que, si el llanto llega a ti, como seguramente será para mí, te sepa listo para dejarlo salir sin pena y más bien con agradecimiento. Que para quienes habitamos en este papel impreso las letras nunca nos falten, los lectores tampoco, y que los libros nos encuentren a su antojo. Feliz Nochevieja, Feliz víspera de Año Nuevo, Feliz Año Nuevo.