Todos somos atletas olímpicos

Emma Isabel Alcocer: Todos somos atletas olímpicos

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Al día de hoy concluyen los Juegos Olímpicos de Tokio, probablemente los más llenos de particularidades y rarezas que hayamos tenido en la historia.

Las justas se llevaron a cabo en un contexto plagado de situaciones surrealistas; comenzando por el nombre: estos juegos se realizaron en 2021, pero se siguieron llamando “Juegos Olímpicos de Tokio 2020”.

Esto, en sí mismo, trajo la sensación a los atletas de estar participando en un evento larga y ansiosamente esperado; nada postergado ocurre con los mismos bríos que aquello que ocurre con prontitud, ¿acaso no tienes más ánimo de platicar con tu cita para el café cuando llega a la hora pactada que cuando llega con una hora de retraso? Imagino que algo se pierde y se gana en la espera.

Se gana ansiedad e incertidumbre por la demora del encuentro y se pierde animosidad por el mismo, e incluso surge una especie de frustración por la espera misma, es natural y totalmente humano.

Y de eso se trata, de entender que los Juegos Olímpicos son el epítome de lo humano, siempre lo han sido, nunca se escaparon de serlo. Desde sus orígenes, fueron creados para poner al hombre como el centro de su propia existencia, son el producto de una visión antropocentrista y sacan a relucir los más altos estándares y aspiraciones del hombre, pero también, las fracturas que poseemos como especie.

Con esta visión por delante, debemos analizarlos y entenderlos como lo que son: un “resumen de lo humano”. En la actualidad, todos somos Simone en un momento del día, o como mínimo, de la semana, cuando deseas poner en pausa todo lo que sientes insoportable de tu vida: el exceso de trabajo, el proyecto que no logras concretar por mucho que le has dedicado horas y largas citas; el llanto de tus niños, que llevan un buen rato sin dejar de hacer berrinches por el juguete que no se les compró o por el tiempo que se les retiró la consola de videojuegos; existe algo común en querer echar por la borda nuestros bienes más preciados porque ya la presión no nos permite respirar.

Todos, en algún instante, hemos sacado al Novak que llevamos dentro cuando el tráfico está de “los mil demonios” y de pronto, al darnos cuenta, que ya no llegaremos a la cita con el jefe o a la junta de padres que estabas esperando desde hace meses para pronunciarte en contra de lo que se someterá candorosamente a votación, estallamos y lanzamos nuestra raqueta de furia y ansiedad.

Al final del día, somos, un poco, atletas de alto rendimiento; si triunfamos o no, salvando los obstáculos y el riesgo que conlleva transitar por este mundo, depende de nuestra astucia y disciplina, de nuestro autocontrol y manejo del estrés.

Sería bueno recordarlo, de forma consciente y como sana costumbre mental. Es bastante seguro que juzgar a estas grandes figuras resulta fácil; pero, no resulta igual de sencillo juzgarnos a nosotros mismos.

Los Juegos Olímpicos que hoy culminan, nos traen la esperanza de entender que somos fuertes en la medida que reconocemos y trabajamos nuestras debilidades, y que cada cuatro años se celebra, más allá del deporte, la naturaleza de lo humano.

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