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Existen historias que sirven para contar otras historias. Es un truco alegre. Como si al momento en el que se procede mentalmente a enunciar palabras, el cerebro registrara más bien una suerte de oportunidad para expresar lo que realmente quiere. No se dan vueltas en círculos, ni se rumian las palabras; es en definitivo una acción que se sabe inevitable.

Cuando era niña, tenía una incapacidad real para ocultar los vasos rotos. Me consumía. El hecho de haber descuidado la mano, que hoy en día permanece torpe, y haber dirigido entre detergente que no se enjuagará un objeto que terminaría por estallar en el piso, traía consigo aires de derrota. El paso siguiente, contar la verdad; admitir la culpa.

“Mamá, rompí un vaso”. Sería más fácil haber dicho: “mamá, me rompí en el vaso”, era la pequeña gran historia que realmente quería expresar.

Susan Sontag, en “Descripción (de una descripción)”, presenta un relato que sirve de pretexto catapulta para saltar hacia un discurso que lleva en los dedos y le parece incontrolable. Lo que quería contar y en lo que se devela con libertad, son dos cosas totalmente diferentes.

Lo primero que debemos saber es que la voz autoral se encuentra en la calle, camina como quien ignora al prójimo y al mismo tiempo aguarda por algo que le espera solamente a ella; se trata de una premonición personal, de esas que se sienten en el estómago y van directo al alma. Un hombre, que describe como “mesomorfo de traje azul” cae frente a su paso irrumpiendo en la tranquilidad del movimiento cotidiano de la acera. Las mujeres alrededor gritan y pronto se descarta un disparo, desvanecimiento, o fulminación por rayo; fue una simple caída.

Quien narra ocupa el trabajo de restablecedora del orden. Lo mueve, lo mete el hombro, toma fuerza de su estómago y falla en utilizar las piernas: lo levanta con su vida. Las preguntas cordiales se hacen presentes, el hombre de nombre Ralph da pequeñas notas de agradecimiento en el acto de presentarse y decir quién es. Ambos siguen sus caminos, él de pie y de nuevo en la ruta; ella, con dirección al abismo mental.

Los pensamientos que ocupan la mente de la previa heroína urbana, la desarman y la llevan al punto de no retorno: vuelve sobre sus movimientos previos, se proyecta, reconoce un abandono personal y una mirada hacia su propia vida, a su condición de salvadora de cuerpos ajenos. Ésta, la ignorancia de sí misma, es la historia que realmente quiso contar.

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