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En el quehacer cotidiano frecuentemente nos encontramos envueltos en una serie de circunstancias que nos abruman, nos cansan y provocan que haya días que nos parecen más pesados que otros, ya sea por el cúmulo de experiencias negativas o por el desgate natural que afecta nuestras fuerzas físicas y mentales, en todo caso, esos días nos pueden asemejar verdaderas borrascas que destruyen las huellas del andar que hemos construido, generándonos un sentimiento agobiante de desolación, apatía y desesperanza. Son coyunturas que golpean con tal fuerza nuestra psique, nublando de manera inmediata nuestras perspectivas del porvenir. Todos y todas enfrentamos en mayor o menor medida estas sensaciones de agonía que puede expresarse de formas variadas, llevándonos en ocasiones a confrontaciones y desgastantes ajetreos que al final no conducen a ninguna parte, únicamente sirven para cuestionarnos si el andar propio es el deseado o es mejor replantear los senderos.

Son estas coyunturas las que tras la primera y más abrumadora sensación de borrasca nos ayudan a reflexionar sobre lo que verdaderamente deseamos y lo que debemos ir soltando, aunque pudiera parecernos doloroso o imposible. Son estas experiencias las que nos confrontan con nosotros mismos y ponen a prueba las capacidades y sentimientos que hemos desarrollado, y que al final contribuyen de manera trascendental a mejorar la condición mental y emocional de nuestra vida, es en la tormenta cuando nos reconocemos mejor.

En estos tiempos tan complejos que atravesamos desde hace ya casi dos años por la pandemia del Covid-19 y la crisis sistémica que agudiza las condiciones de vida, la humanidad ha debido replantearse algunos principios básicos de su existencia y ha tenido, si desea sobrevivir, que repensarse a sí misma reorientando diversas acciones lacerantes hacia una mejor convivencia global, cuestionando las formas enajenantes y deshumanizadoras que tan interiorizadas están en muchos seres humanos. La reproducción de los males que nos aquejan como sociedad se presenta en las pequeñas prácticas cotidianas que realizamos o enfrentamos (según la situación) en nuestros más pequeños círculos sociales, laborales o personales. Hemos en buena medida enfrentado una enorme borrasca que ha golpeado en lo profundo de nuestras mentes y sociedades, abriendo heridas, vacíos y duelos, que tendremos que ir reconociendo y afrontando, el cansancio que sobre nuestros hombros colectivos e individuales hoy sentimos, acumula y representa el desgaste psicológico y social que la desarticulación de la “normalidad” ha traído y, a su vez, representa la gran oportunidad de volver aprender todo aquello que hemos comprobado nos hiere y nos conduce a emociones y situaciones no deseadas. Esos días tormentosos en que los ánimos se apagan y las experiencias parecieran maximizarse en extremo, pueden resultar ser las señales esperadas para propiciar los grandes cambios que la humanidad ha estado necesitando desde tanto tiempo atrás, y en términos individuales, son indicativos de nuevos ciclos, sean estos para finalizar aspectos ya no deseados, para reorientar algunas cuestiones urgentes, o simplemente para volver a comenzar. Al final de cuentas, los días de borrasca son como las señales del otoño; las hojas caen para volver a reverdecer. 

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