El almohadón de plumas
Lecturas, de Julia Yerves: El almohadón de plumas
Existen historias, narradas o leídas, que decidimos ignorar en un momento determinado. ¡Y es grave la falta! Al menos en el mundo literario donde pareciera que todo lo que hemos leído, o dejado de leer, es otra forma para definirnos o posicionarnos en el mundo escrito.
La culpa no es de nadie. Si acaso es del tiempo. Porque los ambientes, los espacios y los contextos personales dictan mucho de lo que decidimos poner frente a los ojos y leer con el merecido respeto. Admito aquí, con la sinceridad que estas letras contienen, que he dejado más de un cuento a medias porque los tiempos no eran correctos. O porque tenía sueño, o porque tenía calor, o porque simplemente no estaba lista o en un momento idóneo con la receptividad más absoluta.
“El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga, es uno de estos casos mencionados y ahora, con la distancia y las condiciones exactas, ocupa un lugar en este papel impreso que tienes en las manos.
En la universidad quería leer exactamente lo contrario a lo que tocaba en los programas de clase. No es que no me interesaran, sino que hay una venita personal que me seduce para irme al otro extremo del tema, a otra parte del mundo y a otros sentimientos lectores. Es una batalla constante, aún hoy en día.
Pero entre esos abandonos y esas rebeliones al fin llegué a sentarme frente a un pendiente literario que, en el pasado, no me atrapó. O quizás no me dejé atrapar. Supe de él, hablé sobre él y aprendí sobre él, pero nunca lo recorrí con los ojos desde la mayúscula hasta el punto final. Hoy fue el día.
Si bien me alegro del hallazgo, celebro también el no haberlo leído antes porque ahora el disfrute para mí es pleno y la imaginación de una “bola viviente y viscosa” que succiona sangre de la cabeza cobrando la vida de una mujer de la forma más sutil, pero arrasadora, y que aparte habita en un almohadón de plumas, me parece abrumadoramente genial, fascinante, y aterrador al mismo tiempo. (Escogiendo libremente estas palabras para describirlo y abogando a la inocencia de una primera lectura olvidando las referencias pasadas).
Los libros, como las personas, se atesoran en el instante adecuado. Nada que se apresure promete un buen encuentro y, por el contrario, se corren riesgos de no apreciar, de no respetar, de no estar disponible para poder abrazar el evento. Para recibirlo plenamente hay que estar con la guardia baja y con la vida dispuesta, en el sitio menos esperado, en el día más improbable.