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Antaño, las ceremonias se realizaban en los cuarteles, donde desde días o semanas antes había una intensa actividad previa al 19 de febrero. Las instalaciones debían lucir impecables: áreas verdes podadas, árboles y guarniciones encaladas. Los vehículos parecían nuevos con su “manita” de pintura, matrículas retocadas y llantas embarradas de coca-cola. El personal alistaba los uniformes con especial esmero: la tropa, el de “última ministración”, y el azul zeta de oficiales y jefes, con cuartelera o gorra, según jerarquía, botas o zapatos de charol relucientes, chapetones brillantes, grados y condecoraciones en el pecho. Los de la Guardia en Prevención “no se la acababan” porque, además de la recepción de invitados, se duplicaba la responsabilidad con los toques de ordenanza del corneta, sin descuidar la seguridad de todos.

Ese frenesí se prolongaba muy de madrugada el día “D” y culminaba después de Bandera o a esa hora, con la conmemoración del Día del Ejército. En todas las ciudades o comunidades donde había una instalación militar, autoridades civiles y el pueblo brindaban su reconocimiento a los soldados. Se les demostraba un respeto genuino como salvaguardas de la soberanía y garantes de la paz. En la capital, el Ejecutivo y el titular de Sedena encabezaban el acto cívico por la efeméride: se recordaba el Plan de Guadalupe y a Carranza como creador del moderno instituto armado, y a Daniel Carmona, el soldado desconocido; bandas de música “amenizaban” el acto con clásicas de la Revolución (la Adelita, la Rielera, la Valentina). Luego venían los ascensos y después la fiesta para distender tantos días con la adrenalina al cien.

Hoy y desde hace algunos años, nuestro Ejército tiene que exhibir sus logros, por ejemplo, en exposiciones fotográficas en varias ciudades, este año haciendo énfasis en tres de sus múltiples tareas encomendadas por su “comandante supremo”: el apoyo a la pandemia de coronavirus, las acciones del Plan DN III-E y la construcción del polémico aeropuerto “Felipe Ángeles”, como para justificar, pues. Además, se han programado conciertos con bandas de música militares (ya han hecho flashmob). Y se prevé una conmemoración espectacular, al estilo de la 4T para destacar, una vez más, el valioso aporte de los militares a las acciones de gobierno.

Lo cierto es que, a pesar del desgaste en la lucha contra la delincuencia y en tantas tareas asignadas, los hombres de uniforme infunden respeto al estar revestidos de autoridad y valores universales como disciplina, responsabilidad, lealtad y amor a la patria. Los hombres de verde olivo, con casco, botas y sofisticado armamento siguen encarnando al héroe que admiramos desde la infancia y nos emociona verlos desfilar con gallardía y perfecta sincronía en los días patrios.

Por ello, debemos congratularnos de contar con una institución garante de la soberanía y coadyuvante del progreso del país, que tiene mujeres y hombres con sólida moral, espíritu de cuerpo, principios disciplinarios y arraigada vocación de servicio, y que siempre está ahí en los momentos difíciles para ayudar al pueblo.

Anexo “1”

El Día del Soldado

Desde 1951, cada 19 de febrero se celebra en México el Día del Ejército. La fecha se eligió porque, tras el cuartelazo de Victoriano Huerta contra Francisco I. Madero, Venustiano Carranza presentó el 19 de febrero de 1913 el Plan de Guadalupe, en el que se decretó la creación del Ejército Constitucionalista. Pero pocos saben que hay otra fecha en que se celebra a los soldados mexicanos.

Desde 1932 se decretó el 27 de abril de cada año como Día del Soldado, en recuerdo de un acto de valor demostrado por Damián Carmona, un soldado que se encontraba de guardia en Querétaro el 27 abril de 1867, durante la invasión francesa, cuando una granada cayó cerca de él y destruyó su fusil. En lugar de huir y ponerse a salvo, Damián gritó: “¡Cabo de cuarto, estoy desarmado!”. Le dieron otro fusil y siguió cumpliendo con su beber.

Un ejemplo de valor, disciplina y amor a la patria.  

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