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La visita de AMLO a Washington no es para nada un tema menor. Después de ser de los últimos mandatarios en reconocer y felicitar a Joe Biden por su victoria electoral, la reunión con el Jefe del Ejecutivo de Estados Unidos supone una nueva fase en la relación de México con su vecino del norte. El motivo fue el encuentro entre los tres países que suscriben el T-MEC (México, Estados Unidos y Canadá), para discutir sobre temas de importancia, como el asunto energético en México que sufrirá cambios con la Reforma Eléctrica de Andrés Manuel, así como la situación migratoria de millones de mexicanos que van a trabajar al otro lado de la frontera.

Las conversaciones fueron amenas, diplomáticas. Se conservaron las formas y AMLO se mostró, quizá por primera vez a los ojos de la comunidad internacional, como un estadista. Es innegable que López Obrador estuvo bien asesorado por su gabinete, quizá especialmente por el artífice de las buenas relaciones diplomáticas de nuestro país, Marcelo Ebrard. Tanto los encuentros a solas con Biden, los que sostuvieron los tres mandatarios o aquellos de AMLO con el alto gabinete de Estados Unidos, mostraron al mundo la aparente unidad y coordinación existente entre el bloque de América del Norte. Que así sea en la realidad, es otra cosa. Pero los tres dirigentes nacionales supieron, al menos, dar esa buena impresión. En cuanto al tema energético, Obrador intentó vender la Reforma Energética al Primer Ministro canadiense, a quien hasta invitó a nuestro país para trabajar juntos en el desarrollo y funcionamiento de las hidroeléctricas. Poco tendrá que decir J. Trudeau de energías limpias, cuando en México hay empresas mineras de origen canadiense altamente contaminantes. Sin embargo, no hay duda de que el trabajo conjunto de ambos países podría suponer un avance en favor del medio ambiente. Fuera de esas conversaciones, el asunto de la electricidad no pareció trascender, al menos no de manera pública.

Sobre los migrantes se dijo mucho y se avanzó poco. A pesar de los buenos deseos del presidente Obrador, el Congreso de Estados Unidos apenas dio una prórroga a los migrantes para evitar ser deportados durante un tiempo. Nada, eso sí, se logró sobre la regularización de su estatus migratorio y menos sobre las facilidades para acceder a la ciudadanía. Lo aprobado por el Congreso norteamericano hace más ruido de lo que es. Además, es muy probable que esta decisión (lograda de manera muy dividida, por cierto) le cueste a los demócratas el Congreso y el Senado en las próximas elecciones, acomodando los republicanos sus fichas con mira a las siguientes presidenciales. Independientemente de cualquier cosa, incluso si materialmente no hubo algún avance sustancial en los intereses principales, la reunión de los tres países tuvo un saldo positivo, especialmente para las relaciones México-Estados Unidos. Quizás nuestro vecino del norte se ha dado cuenta de que México es un aliado vital en su carrera contra China, y quizás Andrés Manuel se ha dado cuenta, al fin, de que es mejor tener a Estados Unidos de amigo, que de vecino incómodo.

Extra: una pendiente de AMLO. Gracias a su plan de austeridad, corre peligro la implementación de la reforma en justicia laboral, exigencia clave del TMEC. Veremos si esto acarrea alguna consecuencia para México.

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