El Monumento a la Patria (III)

Esta obra, por sí sola, es representativa de la excelencia del trabajo del maestro Rómulo Rozo.

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Uno de los emblemas de la ciudad de Mérida es sin duda el Monumento definido por el historiador Raúl Alcalá Erosa como 'Las Piedras Parlantes' de Rómulo Rozo. (Sergio Grosjean/SIPSE)
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Sergio Grosjean/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Cuando el arquitecto yucateco Manuel Amábilis ganó el concurso que convocaba a realizar el proyecto de un Monumento a la Bandera, durante la administración del gobernador Ernesto Novelo Torres, no vaciló en recomendar al escultor colombiano Rómulo Rozo Peña, con quien había entablado una relación profesional 16 años atrás en España, apunta en sus escritos el historiador Raúl Alcalá Erosa.

Ambos artistas -añade Alcalá- habían coincidido en la realización de los pabellones de sus respectivos países en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929, mismos que fueron edificados a corta distancia lo cual propició un fructífero intercambio de ideas conceptuales y la firme esperanza de algún día realizar una labor conjunta.

El diseño arquitectónico de Amábilis, mismo que habría de decorar Rozo, se basó originalmente en una escultura alusiva al concepto de la nacionalidad mexicana, como soporte físico al asta del lábaro patrio. Sin embargo, las propuestas escultóricas fueron incrementándose en cuanto a la representación de los personajes de las diversas etapas del devenir histórico, desde el período precolombino hasta los correspondientes a los tiempos de la conclusión de la obra, en 1956, cuando también se le comenzó a conocer como Monumento a la Patria.

Excelencia

El libro de nuestro entrevistado: “Las Piedras Parlantes de Rómulo Rozo” describe el gran monumento que se levanta en la tercera glorieta del Paseo de Montejo, como un hemiciclo que ocupa un cuarto de hectárea, cuyo centro coincide con el eje de nuestra principal avenida, mismo que también determina la simetría de las dos imágenes mayores: la del cuerpo mestizo que representa a la Patria en el conjunto escultórico sobresaliente en la fachada sur, y la de la representación del Arbol de la Ceiba en la fachada opuesta, hacia el norte, donde un espejo de agua circular y la espléndida escultura aislada del escudo nacional representan la leyenda del lago de Texcoco. Esta obra, por sí sola, es representativa de la excelencia del trabajo del maestro.

Las dos figuras predominantes dividen en cuatro secciones el recorrido cronológico definido por Rozo, teniendo como punto de partida el sector de la derecha de la fachada cóncava, o norte, para luego continuar con el segundo sector, hacia la izquierda de La Ceiba.

En la fachada sur predomina como hemos apuntado, la colosal escultura, de 14 metros de altura, una notable representación con faz de mestiza reciedumbre, llevando en su seno el fuego sagrado de la vida. Esta imagen porta un collar de jade del que pende un pectoral en forma de caracol;  su pecho, apenas insinuado, lo cubre una cota decorada con serpientes emplumadas, que junto al dije del collar, sugiere el origen marino del pueblo de los Itzaes. Las manos adornadas con brazaletes, sostienen un portaestandarte, debajo de éste se observa el escudo de la ciudad de Mérida y más abajo la típica choza resguardando la llama votiva.

Circundando dicha imagen, una alegoría de ofrendas representan los frutos de la tierra, así como el producto del trabajo los artistas en manos de 12 deidades, que a manera de las nueve musas clásicas representan cada una de las bellas artes y los oficios del mundo prehispánico. Rematan el conjunto central, hacia ambos lados de la cabeza, dos figuras fantásticas mitad pez y mitad ave, que representan la soberanía sobre los cielos y los mares territoriales. En la parte inferior, dos Caballeros Tigre provistos de flechas y postrados en tierra, protegen el fuego sagrado representando las fuerzas armadas de nuestro país.

Estoica presencia

Hacia ambos lados de éste grupo escultórico, así como en la fachada opuesta, desfilan los protagonistas que en alguna forma, con sus decisiones y sus hechos han conformado nuestra historia patria. Cuando alguien le expresaba a Don Rómulo algún desacuerdo por la inclusión de algún personaje “non grato”, entre sus casi 400, Rozo contestaba con su acostumbrada amabilidad: “La historia es una cadena hecha con toda clase de metales, si un eslabón se pierde, la cadena se quiebra”.

Nuestro amigo escritor y arquitecto Raúl Alcalá concluye su interesante publicación relatando su relación con el maestro desde los últimos meses de la conclusión de su monumento, en su paso cotidiano por la escuela Modelo, hasta poco antes de su sentida muerte el 17 agosto de 1964: “Ahí están en perenne belleza y estoica presencia las imágenes pétreas esculpidas y animadas por su creador, siempre prestas para hablarnos de la historia, del arte y de la gran aventura de un escultor universal en tierras mayas: las piedras parlantes de Rómulo Rozo”. ¡Por los calzones de Kukulcán! 

Mi correo es:[email protected]; Twitter:@sergiogrosjean.

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