Oficios y sonidos que se extinguen (8)

Los vendedores de cocoyoles que transportaban su producto en ollas de peltre sospecho que ya pasaron a mejor vida.

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Muchos de los oficios que antes eran comunes en Mérida están al borde de la extinción. (Sergio Grosjean/SIPSE)
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Sergio Grosjean/SIPSE
MÉRIDA, Yuc.- Dentro de nuestra serie “Mérida, pasado y presente”, hablaremos en esta octava entrega de oficios que han desaparecido o están en vías de extinción en nuestra Mérida y, curiosamente, gran parte de estas actividades tenían un sonido distintivo y de allá del título.

Pero antes de entrar en la materia quiero externar que lo que no ha desaparecido en Mérida son la decencia y buenas costumbres: ayer en la mañana fui a la Farmacia del Ahorro, ubicada en la glorieta de la avenida del Líbano (conocida también como la glorieta de Pepe Mena) y olvidé mi celular, mismo que me fue devuelto por tan amables y honestas empleadas. 

Días antes, en la papelería “Multiformas”, metros antes de la secundaria federal 1 en Itzimná, olvide mi billetera; más tarde acudí al sitio y las señoritas, al momento de verme, me la entregaron con toda la actitud y decencia que podemos esperar de una persona honorable. Ojalá y estos virtuosos ejemplos continúen repitiéndose.

Comencemos el listado con el lechero. Recuerdo que de niño (hace 40 años) pasaba por la casa don Pepe en su viejo Jeep, quien en la parte trasera llevaba sus “lecheras” de metal y un chiflido era la señal para avisar que traía leche fresca para la entrega cotidiana. Allá, nuestro buen amigo y vecino de infancia Ricardo Marín (sobrino de aquél), durante las vacaciones hacía sus extritas ayudándolo en las labores de entrega. 

Este oficio diríamos que está prácticamente extinto de la misma forma que los chiveros, quienes arriaban a sus chivos con sus cencerros a tiempo que vendían su particular leche. Algo similar sucedió con los aguadores, que transitaban de calle en calle ofreciendo agua pero no embotellada como ahora, sino en cubetas. 

El albarradero

Otro oficio que ha desaparecido de Mérida y en vías de extinción del estado es el de albarradero, siendo que para esta profesión se necesita, además de fortaleza para acomodar las piedras en el preciso lugar, un gran “olfato” para encontrarlas.

Por su parte, el sonido de los afiladores ya resulta muy difícil escucharlo pues entramos a la era del desecho, y si un cuchillo pierde filo simplemente se arroja a la basura; y los zapateros andan en las mismas. A los horqueteros no los veo desde ya hace muchos años y los reparadores de sombreros creo que ya no existen.

El repiqueteo del triángulo de los vendedores de barquillas también ya es extraño oír al igual que los aplausos del panadero que cotidianamente le surtían abonados. De la misma forma, la exclamación “¡hay melcocha marchante¡”, ya es casi imposible percibir porque sólo un puñado de  vendedoras queda rondando por la ciudad, así que si tiene la suerte grábela porque sin duda desaparecerán. 

Los vendedores de cocoyoles que transportaban su producto en ollas de peltre, como el mercader de cazón asado, sospecho que ya pasaron a mejor vida.

Los tierreros y carboneros también ya son muy escasos. A los primeros se les puede observar ocasionalmente en sus carretas y a caballo, y los carboneros, quienes exclamaban “¡carbón, carbón!” sólo en algunas partes del sur de Mérida todavía es posible su existencia. Los chapeadores también ya son muy raros verlos caminar y los leñadores sólo en recuerdos.

Oficios extintos

Los olleros definitivamente ya son parte de la historia como resultado de la señalada modernidad, pero los que reparan hamacas, aunque escasos, todavía es posible observarlos, pero ya son muy pocos los que andan en las calles exclamando “¡hamaca para componer!”, de la misma forma que de antaño lo hacían los que reparaban sillas de mimbre. Los granizaderos y piruleros también andan en las mismas ya que los primeros sólo en la puerta de algunas escuelas venden y los segundos ya ni por error se les ve.

Los sonidos de las veletas prácticamente han muerto y sus magníficos mecánicos ya son muy contados. Imagínense: se calcula que en 1930 en Yucatán había alrededor de 10 mil molinos de viento y hoy, ¿cuántas más podríamos contar?

Herreros a la usanza antigua son muy dificultosos de ubicar, de igual forma que los que reparaban carretas y sus macizas ruedas de madera y metal.

Otras profesiones que existen pero en otra modalidad son, por ejemplo, los peluqueros y médicos ya que antes iban al domicilio a diferencia del presente. Las parteras, ya por razones obvias, se han “evaporado” de la ciudad y los boticarios son muy escasos. Una profesión que se ha acabado en Mérida y en un descuido en todo el estado es el de H´men o sacerdote maya.

Un sonido que gran parte de los meridanos escuchaba era el de la extinta Cervecería Yucateca, ubicada en ese entonces en la actual Plaza Sendero (o Plaza El Patio), e inaugurada en agosto de 1951. El llamado a los trabajadores se hacía con un sonido a tan altos decibeles que podía escucharse en toda la ciudad, de la misma forma que el cotidiano transitar del ferrocarril que prácticamente ha desaparecido. 

Mi correo es [email protected] y twitter @sergiogrosjean.

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