El iris salvaje
El Poder de la Pluma.
He estado soñando con doña Manuelita, quien, como los tuyos, también se ha ido en este tiempo loco que navega sin nombre entre los meses que nos envuelven de incertidumbre y gel hidroalcohólico. Se nos han secado las manos, y quizá también la consciencia, porque cada semana parece correr para comenzar de nuevo y el avance se dibuja a lo lejos entre tonos muy parecidos a lo ilusorio.
Nos sabemos confundidos y al mismo tiempo apostamos por la cotidianidad para que sea un motor que nos mantenga caminando hacia adelante. Seguimos trabajando, seguimos comiendo, nos bañamos y nos ajustamos a filtros para respirar; y también de vez en cuando nos creemos invencibles y escapamos de las constantes desinfecciones porque honestamente también estamos cansados. Esos somos nosotros, ¿y ellos, los que se han ido? ¿Qué fue lo último que vieron y cuál fue su último pensamiento?
En “El iris salvaje”, precioso poema de Louise Glück, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2020, pareciera que alguien nos acerca a esos pensamientos previos a la pérdida de la vida, y también a todas aquellas ideas posteriores que bien podrían estar creándose en las ráfagas del viento y nosotros no nos enteramos jamás. Me gusta creer que, incluso en la ausencia, nuestros muertos se pueden comunicar a través del aire que nos abraza.
El mensaje que se lee entre versos no es romántico ni apela a un bienestar aprendido que sirva para calmar lo que nos duele por dentro. Más bien, encontramos las palabras exactas de quien regresa para hacernos creer en algo diferente. “Escúchame bien: lo que llamas muerte, lo recuerdo. […] Tú que no recuerdas el paso de otro mundo, te digo, podría volver a hablar: lo que vuelve del olvido vuelve para encontrar una voz”. ¡El aire! Pensemos que sus voces están en el aire.
Si nuestros muertos dijeran que al morir, como se expresa en el poema, lo que sucede es más bien mecánico, quizás tendríamos menos miedo. Así, nos comparten que hay un leve giro, que el alma es real, que al ascender puedes ver a las aves a tu lado, y que abajo miras los arbustos cada vez más lejos de ti. Qué cosa tan fuerte en un instante.
Por suerte para nosotros y en esas voces que regresan en el viento, sabremos que para ellos, después del instante automatizado, llega la promesa de lo eterno. Cuando después de la lucha y del dolor afirman que “del centro de mi vida brotó un fresco manantial, sombras azules y profundas en celeste aguamarina”. La paz, la vida, la calma.