'Mi destino es servir'

Pbro. Raúl Ignacio Kemp Lozano, director y fundador de Centro de Rehabilitación para Enfermos Alcohólicos y Drogadictos “San José de Cottolengo”.

|
"Al humano, al apóstol y pastor, por su entrega y amor a la comunidad y a Dios", dice el reconocimiento entregado por la iglesia de San José de Nazareth. (Milenio Novedades)
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Cecilia Ricárdez/SIPSE
MÉRIDA, Yucatán.- El padre Raúl Ignacio Kemp Lozano nació el 14 de febrero de 1935, Día del Amor y la Amistad, como presagio de lo que sería su proyecto de vida: una obra de ayuda que considera producto del amor de Dios.

Hoy es conocido como “El Padrino”, por su labor de fundador y director del Centro de Rehabilitación para Enfermos Alcohólicos y DrogadictosSan José de Cottolengo”, donde a casi 28 años de creación ha rehabilitado a cerca de siete mil personas.

“En todos mis años de estudiante nunca me dieron reconocimientos, ni diplomas, ahora tengo muchos”, expresa entre risas durante la charla en su oficina, cuyos muros están tapizados de medallas, distinciones y fotografías.

El llamado del Señor le llegó con claridad a las 11 años, ante todo pronóstico, ya que según la gente no cumplía con el perfil para ser sacerdote, pues era un niño inquieto, travieso, desaliñado, disperso y mal estudiante; no obstante, tenía una cualidad fundamental: el amor por el servicio, el cual le fue inculcado por su madre María Luz Lozano Gómez, quien, a pesar de tener siete hijos y un esposo que alimentar, siempre hacía un plato extra para darle al vecino más necesitado.

Con el carácter afable y el buen humor que lo caracteriza, el padre Kemp compartió su historia, hablando de manera directa y sin censura del fenómeno de las adicciones y de cómo se involucró en la misión, tomándola como centro de su servicio sacerdotal.

Agustín Ontiveros: el mensajero

Raúl Ignacio Kemp Lozano, cuarto hijo de siete, producto de una familia amorosa, pero con un padre alcohólico, jamás pensó que en su futuro participaría en la rehabilitación de miles de varones adictos al licor.

El mensaje de la misión fue Agustín Ontiveros, un enfermo dependiente del alcohol, rechazado por su familia; esta persona buscó a “El Padrino” para que lo ayudara a interceder por él y lo volvieran a aceptar en su casa. El sacerdote lo acompañó, pero de nada sirvió su palabra, porque los hijos del alcohólico dijeron que ya se habían terminado las oportunidades para su padre. Sin un lugar a dónde ir, el padre Kemp no le pudo ofrecer nada más que dejarlo en el barrio del Chembech, donde 15 días después lo encontraron muerto, carcomido por las hormigas, debajo de una banca. 

Al enterarse de este hecho, “El Padrino”, sacudido por la noticia, tuvo una revelación: tenía que hacer algo por los alcohólicos, porque son “los enfermos que nadie quiere, ni la Cruz Roja los levanta porque su vocación es atender heridos, no borrachos”. 

Generosidad exponencial

Con la seguridad de saber que quería ayudar, aunque sin saber cómo, le pidió al entonces Arzobispo de Yucatán, Manuel Castro Ruiz, la autorización para iniciar el proyecto.

“La idea la empecé a trabajar, pero me daba miedo; no sabía que iba a pasar, porque aunque soy hijo de alcohólico, no sabía lidiar con eso; mi padre nunca fue violento, ni grosero con mi madre, no hubo ninguna tragedia”, relata.

No obstante, su convicción era tal que influía en los demás; el primero en sumarse fue don Gustavo Ricalde Durán (q.e.p.d.), quien aportó el dinero para comprar el terreno, las ocho hectáreas en las que hoy se atiende una población flotante de 100 varones.

Don Gustavo Ricalde Durán (q.e.p.d.), aportó el terreno donde se atiende una población flotante de 100 varones

Luego don Juan E. Millet Rendón quiso hacer de Cottolengo su obra, y ayudó en la edificación, su esposa Sarita Vales de Millet donó la capilla y ahora sus restos descansan juntos en el sitio al que dedicaron gran parte de su vida.

Las hermanas de la caridad de San Vicente de Paul son el brazo derecho del centro; desde el inicio se sumaron a la causa y viven ahí, al igual que el padre Kemp. El Patronato de Yucatán A. C hizo lo propio, y las damas voluntarias también, éstos forman parte de los engranes que mueven esta maquinaria, aceitada por la solidaridad.

Socorrer a un alcohólico es salvar a la familia: Kemp

“La columna vertebral de Cottolengo es Alcohólicos Anónimos; sin ellos esto no funciona, porque hay un tratamiento de nueve meses; hay sesiones públicas, donde los de AA vienen martes, sábados y domingo, se reúnen hasta 500, como si fuera la Catedral de los Alcohólicos”, comenta sonriente.

Explica que el programa es fundamentalmente espiritual, ya que para que un hombre se pueda rehabilitar debe tener fe, “en lo que quiera, pero creer en algo superior al alcohol y las drogas”.

Aquí a Dios se le conoce como el Poder Superior, el Poder Máximo; ellos se deben de aferrar a esta idea, porque no hay poder humano que haga que dejen de beber y de drogarse, porque ni su mamá, ni su esposa, ni sus hijos, nadie los convence, ni el psiquiatra, ni el psicólogo, ni el sacerdote, solamente Dios, que a través de Alcohólicos Anónimos, escogió a dos borrachos (William Griffith y Bob Smith) para salvar a otros”, apunta.

El proyecto, comenta, tiene como base la libertad, la posibilidad de elegir rehabilitarse y prueba de ello es un ambiente sano, arbolado, sin rejas, ni bardas, donde el que no quiera cambiar puede retirarse, sin que alguien lo detenga.  “Salvar a un alcohólico es salvar a la familia”, afirma.

Aquí no hay diferencia de religión, partido político, clase social, nacionalidad, ni preferencia sexual; todos tienen derecho a rehabilitarse, y es gratis”, agrega.

Actualmente, este centro es considerado el más grande de América Latina y atiende a hombres de Yucatán, del país y hasta de países como Belice y España.

“El Padrino”

Por su labor de consejero y trabajo en el Cottolengo, el sacerdote fue “bautizado” como “El Padrino Kemp”, un término que prefiere, porque es más cercano.

La convivencia en el centro es fraternal hasta en las mascotas, ya que sus perros y gatos viven en armonía en las amplias instalaciones, porque a decir del presbítero, si todos los tratan bien no tienen por qué pelear.

La jornada inicia a las 5:30 horas y termina con la cena a las 20:30 horas, con actividades todo el día, así como las tareas propias de un hogar en la que todos cooperan, porque la institución no tiene empleados, sus habitantes son quienes mantienen la belleza del sitio, ya que es su casa.

En 28 años de creación el Padrino ha rehabilitado a cerca de siete mil personas.

“Un alcohólico es un enfermo con un potencial ilimitado, porque todo lo que hay aquí lo han hecho ellos… Mantener una institución de 100 hombres sin empleados es una locura, es algo inexplicable, porque es gratuito; ahora, quién le da algo alguien de a gratis, nadie, sólo Dios; Cottolengo es un testimonio de la Iglesia Católica, de cómo se preocupa en los más necesitados y más pobres. Cuando el Papa Francisco dice que se han salido las 99 ovejas del corral y hay que ir por ellas, entonces yo le voy a mandar una carta diciéndole: Santo Padre, esas 99 están aquí, en Cottolengo”, bromea el padre.

El sitio hoy es modelo de otras instituciones, y el padre Kemp seguirá al frente del proyecto porque el trabajo lo hace feliz, por eso vive ahí, en su casa. 

“Nunca saqué un diploma, en la escuela nunca me dieron un reconocimiento, ahora estoy lleno de galardones, todo mundo me da, hasta el gobierno”, reitera con humor el sacerdote, mientras nos despide de su oficina para darnos un recorrido por el territorio, donde la transformación del ser humano siempre es posible.

Lo más leído

skeleton





skeleton