El precio de la indiferencia
El Poder de la Pluma.
Prácticamente una semana después de que el huracán Delta causara severas lluvias en la capital del estado, las calles de varios fraccionamientos al norte de Mérida y comisarías de la capital se han convertido en pantanos.
Ya los vecinos se van acostumbrando a la podredumbre del agua que, por arriba de los 20 y hasta 30 centímetros en algunas zonas (en la comisaría de Noc Ac hay partes con más de 50 cm), llega a las terrazas de las casas. En lo que antes era pavimento y escarpa, ahora se forman costras de hongos, el verdín se extiende por el suelo y los mosquitos proliferan a velocidades extraordinarias. El fraccionamiento Las Américas, por ejemplo, hogar de decenas de miles de personas, se ha convertido en un lugar prácticamente inhabitable. El agua sube por dos flancos: emerge de los inodoros, las piletas del baño, los pozos, en forma de aguas negras y desechos humanos. Por fuera emerge del drenaje y además impide que lo acumulado por las lluvias pueda filtrarse al subsuelo. Esto, lógicamente, acarrea una serie de problemas serios. A la luz intermitente en algunas zonas -lo que hizo perder a muchos despensas enteras- que afectó severamente los electrodomésticos; al agua que entra por puertas y ventanas y arruina muebles, pisos y paredes; a los carros arruinados por el nivel de la inundación y a los baños totalmente inhabilitados, ahora los vecinos tendrán qué enfrentarse a enfermedades gastrointestinales, mosquitos transmisores de peligrosos virus, bacterias, hongos, fauna silvestre que se cuela a las casas y otros potenciales riesgos a su salud. Los más afectados sin duda serán los niños, los adultos mayores y las personas con discapacidad, muchos de ellos aún encerrados en sus casas sin poder salir por el nivel del agua.
La respuesta de las autoridades es la misma: por un lado, argumentan que están utilizando todos los recursos a su alcance para resolver “lo urgente” -desaguar las calles- con pipas y perforadoras. Si ese es el límite de los recursos, hay que agradecer a la vida que el huracán no pegó directamente a la capital y hay que preocuparnos seriamente por los habitantes del oriente que resintieron los mayores daños.
Por otro lado, el discurso sigue versando en una idea ya rebasada: los funcionarios de gobierno insisten en que el problema se debe al manto freático saturado y que “es normal” que estas situaciones se presenten en casos “extraordinarios”. Parecería una respuesta lógica, de no ser porque varios ingenieros de renombre han debatido con evidencias esta idea, además de que, si ese fuera el verdadero problema, la inundación sería generalizada en Mérida y no focalizada en fraccionamientos relativamente recientes. Tal y como sucedió con Cristóbal, la autoridad posterga lo importante, lo estructural, por “lo urgente”. Pero lo que se postergue hoy será lo urgente de la próxima tormenta y fue lo importante que no se resolvió la anterior. La única solución real y permanente es intervenir estructuralmente los servicios públicos y que el municipio y el estado empiecen a asumir sus responsabilidades constitucionales. Mientras tanto, las pipas y los pozos serán como tapar el sol con un dedo.