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Algunas personas tienen el don de contar historias de tal manera que todo cuanto sale de sus bocas resulta deleitante. Es como si en sus cerebros hubiera una programación perfecta que les permite seguir el hilo de un acontecimiento de forma magistral; las miradas permanecen fieles, las cabezas asienten, ligeras sonrisas comienzan a esbozarse en los labios y todo el ambiente en general se torna una celebración de la oralidad.

Para mi existencia, la expresión oral es una empresa de torpeza y rodeos. Las palabras, con su manifestación escrita, son mis aliadas. Sin ella, suelo divagar en una impotencia real por mantener una historia viva al mismo tiempo que doy saltos en el tiempo y tomo contextos innecesarios para probar puntos débiles. Pierdo el camino y al oyente también. Mi padre y mi madre, por el contrario, son catedráticos de las narraciones a voz y sus historias se despliegan en el aire para seguir un caminito de luz que llega ordenadamente a los oídos de quienes escuchan sin confusiones. Talento envidiable.

Efraim Medina Reyes, escritor colombiano, hace una crónica exquisita de su primera pelea como boxeador menos que amateur. Adelanto que lleva todo el evento al extremo de la vivencia: tomaría cinco rounds contra un profesional, y los aguantaría hasta el último segundo y respectivo timbre de la campana. La crónica está presentada en cuatro apartados mencionados numéricamente de la siguiente manera:

1. Un idiota perfecto, refiriéndose a él mismo quien tras los primeros derechazos recibidos admite la pésima idea que tuvo y lo patético que parecería ahora ante su novia si no aguantaba los cinco rounds. Cuestión de honor. 2. El oscuro callejón del K.O es una oda dedicada a la descripción perfecta y detallada de todo lo que acontece cuando el cuerpo está siendo golpeado y los brazos se debilitan con cada golpe que no se conecta, estando ya muy cerca del knockout. 3. Es mejor ser rico que ser pobre, despliega los pensamientos a los grandes boxeadores de su tierra y del mundo, aquellos a quienes la gloria les sonrió con una vida de abundancia, y a otros, que fueron olvidados tras pocos años de fama. En este punto alguna costilla estaba definitivamente rota. 4. Volar como mariposa y picar como abeja, fue la frase que lo mantuvo medianamente cerca de Muhammad Ali, justo antes de que un último golpe, y la hinchazón de sus ojos, le apagaran la luz.

Por suerte despertó. Y honró a la crónica con palabras exactas; perfectas.

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