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Cuando se trata de proteger, inmediatamente solemos extender los brazos y cerrar los puños para evitar los golpes que vienen en dirección a los nuestroso hacia nosotros. Entre que es casi un instinto animal o un reflejo involuntario, nadie nunca podrá juzgarnos por cuidar del que creemos más frágil que nosotros; o simplemente, a aquel a quien amamos más.

Es así que cuando la amenaza llega y parece inminente, algo se activa por dentro y danzamos entre frenesí nervioso y un intento por controlar todo. No queremos ser afectados, no soportamos la idea de ver a los nuestros heridos y tampoco cedemos ante “la naturaleza de las cosas”. Porque algunas circunstancias son como batallas que no queremos perder; no por sabernos derrotados, sino porque no sabemos cómo perderlas. ¿Qué hacemos entonces? Defendernos.

En un fragmento de la novela Cien años de soledad, del autor colombiano Gabriel García Márquez, hay un punto en el que una peste invade el pueblo y los habitantes desarrollan una técnica eficaz para evitar que la enfermedad se esparciera. Naturalmente, y siguiendo los guiños del autor, no se trataba de una peste común; era una peste de insomnio.

Así, los representantes de cada familia se reunieron y acordaron una táctica con la que podrían reconocer a los enfermos de insomnio de las personas sanas. Al principio fue difícil y la incomodidad en el cambio de rutina parecía un pesar en los días porque la ligereza de vivir se convirtió de pronto en un constante estado de alerta que parecía interminable. Pero pronto los resultados fueron visibles, puesla costumbre del cuidado se hizo tan grande que eso que parecía insoportablepasó a ser cotidiano.

Como seres humanos que sienten, piensan y reaccionan, podemos estar de acuerdo con una historia que, si bien no fue escogida al azar, nos sirve como mira hacia puerto seguro porque bien podríamos ser ese pueblo que se encuentra en un primer momento de incomodidad cambiante; en esos días en los que la desesperación ocupa los cuerpos e influye en los ánimos.

Nuestros días corren con pocas certezas y entre cuarenta días que a ratos parecen ya no tener nombres. Es cierto, poco podemos hacer para evitar la amenaza. Pero en cambio tenemos la organización, la defensa y el cuidado para que lo que hoy parece una realidad atemorizante, mañana pueda ser un aprendizaje recordado sin dolor y sin miedo. “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa”. Que tus días fluyan ligeros, y camines entre calma.

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