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Dice Román Cortázar, en su libro “Eduardo Galeano. Las orillas del silencio” que la prosa de Galeano es “una prosa cargada de futuro”, porque escribió para “hurgar en el mundo de los desposeídos, los humillados, los sin nombre propio en la historia”. Este es un libro inclasificable, como él mismo dice, no es un ensayo literario, ni una biografía, ni tampoco una crónica, pero es todo eso y mucho más, un tejido de fragmentos, de brevedades y suspiros de Galeano que dialogan con la voz del autor y de muchos otros escritores.

El libro es un mapa que nos dibujó Román con palabras, retratos que nos muestran desde la faceta de dibujante de Galeano hasta sus inicios en el periodismo donde afloraron sus dos grandes pasiones: el amor y la memoria. Toda su obra está impregnada de ellos, incluso donde pudiéramos pensar que no, ahí están latiendo de maneras impensables. Eso es lo que lo vuelve irrepetible. Su andar en el periodismo dejará, a mi parecer, grandes principios teóricos, sin la intención de serlo, sobre las fronteras en los géneros literarios y la relación estrecha e inquebrantable entre la literatura y el periodismo, y sobre una nueva forma de hacer literatura, esa que fue tan incomprendida y desdeñada por la academia y la crítica.

Galeano pone términos y condiciones que él mismo crea y que hoy están en la forma en que se concibe la literatura. Fue un adelantado a su tiempo, fue un “contrabandista de géneros”. Creador de su propia forma de escribir, de decir, de darse entender; Román lo dice mejor: “Cuando digo que Galeano encontró su lenguaje, quiero decir que lo creó. Quemó las naves”.

Galeano fue un “admirable narrador de brevedades”. Viene una anécdota, un campesino es precisamente el que le da el mayor elogio y la mejor crítica a su obra, cuando le dice después de una lectura a la que el autor acudió: “Qué difícil ha de ser escribir tan sencillo”. Lo mismo le diremos a Román ahora después de leer su libro, qué difícil escribir sobre alguien que escribía tan sencillo. Porque “Galeano fundó un tipo de lector, el de compactas brevedades, casi suspiros”, por eso este es un libro para leerse sin pretensiones de erudición, es una invitación, una provocación a leer la vida con ojos desesperadamente esperanzados de futuro.

Leerlo es mantener vivo el legado de Galeano, en este siglo tan complejo, porque en su literatura radica siempre la esperanza,  es su dogma, el que nos deja aquí con una sencilla frase que lo inspiró a escribir y nos deja como huella indeleble para llevarnos a la vida: “Nunca peques contra la esperanza”. ¡Qué gran frase para inspirar!, harían bien en ponerla en todas las dependencias de gobierno, grabárselas a los políticos, y ponerlas como lema en nuestras propias casas.

Leer este libro sobre Galeano es remover la indiferencia de los escombros.

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