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Hacer listas es un hábito constante en mí día a día. Cada lapso de mi historia es traspasado por la necesidad de escribir. Es mover la pluma, muy a la vieja usanza, sobre la libreta con la ilustración de The Sea at Satta in Suruga Province, de Ando Hiroshige. Es llenar de esperanza esos espacios blancos e inciertos del futuro sobre lo que podría venir. Es la sensación ilusoria de control.

Hacer listas es un hábito que me acompaña desde la adolescencia. Recuerdo con dejo de nostalgia el primer inventario que escribí: lo que hice, lo que hago y lo que haré. Debía tener como 17 años, una edad en la que la lista aprehendió toda la ensoñación de alguien que apenas salía de su casa.

Cuando reabro las primeras páginas de El arte de la fuga viene a mi cabeza el contenido de ese primer registro: vender todos mis libros e irme a Trieste a conocer esas tierras de las que tanto leí por Susanna Tamaro, Italo Svevo y James Joyce. Es un reencuentro continuo al inicio del libro de Pitol.

Hacer listas es un hábito relacionado con el tiempo. Es el intervalo desde que la promesa con uno mismo es redactada hasta que, por fin, se realiza. Es estirar un porvenir todavía inexistente e ir estirándolo con acciones. El tiempo es tan celoso que está presente no solo en los planes futuros de quien ambiciona organización, igual se materializa en periodos de escritura.

Hay ciertos trechos del año en que hacer registros es indispensable, son espacios en los que el tiempo reclama su pertinencia a la enumeración de ideas: las últimas horas del día 31 con los propósitos de año nuevo, el reajuste de algunos compromisos a inicio de cada mes y los nuevos eventos escritos durante las semanas en transcurso.

Hacer listas es también hablar de lo mundano. Es escribir sobre lo que habrá de comprarse en el supermercado, los pagos y las deudas pendientes para el mantenimiento de la vida y las tareas de la casa y el trabajo aún no hechas porque existimos fuera de esas interminables listas. En virtud de ello, he dejado estos pormenores para ver qué tanto puedo o no cumplir lo que deseo. Dejar que el todo lleve el ritmo y no yo.

Hacer listas es aceptar que nuestro alrededor siempre llevará la delantera y, pese a ello, intentarlo. Enlistar es ser consciente del fracaso en la pretensión de catalogar la vida, pues lo impensable siempre estará ahí para poner a prueba la paciencia y hacernos renunciar a la espera de resultados definidos.

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