Homilía y lecturas del V Domingo de Cuaresma

Se acerca la Semana Mayor, la más importante del mundo católico ¿Ya estamos listos?

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La Iglesia Católica se alista para la semana más importante de su doctrina: la Mayor. El tema es la muerte, pero también la resurreción. La imagen es únicamente ilustrativa. (Archivo. Eduardo Vargas/SIPSE)
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En el V Domingo de Cuaresma, la muerte es el tema, no como un fin, sino como un principio de vida eterna.

Se acerca la Semana Mayor, la más importante del mundo católico, y nos preparamos para vivir la resurreción de Cristo ¿Ya estamos listos?

Las lecturas de hoy son: Ez. 37, 12-14; Sal. 129; Rm. 8, 8-11; Jn. 11, 1-45

Desde el exilio el pueblo de Israel, abatido por el desencanto no alcanza a ver futuro alguno. De hecho, estos exiliados se repetían:

Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza se ha desvanecido, estamos perdidos (Ez. 37, 11).

En este marco de desilusión y tristeza, el profeta lanza una llamada de esperanza y alegría y anuncia el renacimiento de Israel. El espíritu de Dios invocado por la palabra profética hará que brote un nuevo inicio de la vida. Es el anuncio de la restauración mesiánica del pueblo, después del sufrimiento y del exilio, anuncio que se ofrece bajo la imagen de la resurrección.

Donde quiera que llega el Espíritu del Señor, ahí llega la vida. Así sucedió cuando Dios creó al hombre y “sopló en su nariz el aliento de la vida” (Gn. 2,7).

Este espíritu de vida aún hoy, continúa a influir y transformar en cada situación de muerte: así sea en la de odios y rencores entre los pueblos, de las incomprensiones o dificultades familiares, y las divisiones al interno de una comunidad. Nada es imposible para Dios, nada está totalmente perdido para el Espíritu del Señor, Él puede dar de nuevo la vida y hacer recuperar la esperanza a los que depositan en Él su confianza.

II.- Rm. 8, 8-11

En contraposición a la vida según la carne, que significa según la debilidad y fragilidad de la persona, sujeta a las tentaciones, y que fácilmente se deja arrastrar por el pecado, está la vida según el Espíritu. La existencia actual camina hacia la muerte, somos “peregrinos” “pasajeros”, que tenemos todo “de prestado”. El hombre viejo, el “viejo Adán”, está en contraposición al hombre nuevo, renacido en Cristo nuestro Señor y por lo tanto el “nuevo Adán”.

La existencia nueva según el Espíritu tiene claro en el horizonte la vida eterna, por la virtud salvífica de Dios que resucita a Jesucristo de entre los muertos. Este texto es bello y esperanzador, porque hace comprender que la existencia cristiana según la voluntad de Dios, en el seguimiento de Cristo es un don del Espíritu.

Es denominado Espíritu de Cristo, Espíritu de Dios y habita en los creyentes sustrayéndolos al dominio de la debilidad de la carne, y haciéndoles pertenecer totalmente a Cristo. El Espíritu interviene en la Resurrección de Cristo, y en la nuestra Dios Padre resucita a Jesús a la vida por medio del Espíritu, y resucitará también a nosotros a la vida por medio del Espíritu. El cual habita en nosotros por el don de la fe en el Bautismo, como germen, semilla, primicia de la resurrección corporal futura.

El texto de San Pablo expresa la realización de la profecía de Ezequiel contenida en la primera lectura: “Les infundiré mi espíritu y vivirán” (Ez. 37. 13,). Ningún creyente con espíritu de penitencia sincera, que expía sus pecados, lo hará con tristeza, sino al contrario con el gozo íntimo de caminar en la vida, vivificados por el Espíritu y al encuentro de la vida eterna.

III.- Jn 11, 1-45

El hilo conductor de la vida y de la muerte entrelaza las lecturas de este domingo.La muerte que aparece en la historia de la humanidad y en la de cada persona con su doble vertiente, trascendencia y horror, paz o trauma, pasaje sereno o consumación, inicio o fin. Bien dice Bossuet, Obispo y gran predicador francés en 1666:

“Los mortales se preocupan de enterrar el pensamiento de la muerte, con el mismo cuidado que procuran enterrar a sus muertos".

En esta tercera lectura hemos llegado al vértice de la liturgia con la extraordinaria escena de Cristo en Betania descrita por San Juan.“El pueblito de Lázaro” como aún ahora lo llaman los árabes. El diálogo entre Jesús y Marta, hermana del amigo muerto, no obstante, la duda de quien no se atreve a esperar lo imposible se abre progresivamente a la intuición de la fe que cada domingo profesamos en el credo. Cristo que resucita de la muerte y que es raíz de la Resurrección de nuestra carne.

Pero con la Resurrección de Cristo, la muerte se transformó: Ya no es más tema incómodo, zona prohibida o puente del mar de la vida. Que da al silencio y la nada. Con Cristo se abrió la puerta al infinito y al eterno. Porque tú no me entregarás a la muerte, ni dejarás al que te es fiel.Como dice el Salmo:

“Todo mi ser vivirá confiadamente pues no me dejarás en el sepulcro. ¡No abandonarás en la fosa a tu amigo fiel! Me mostrarás el camino de la vida. Hay gran alegría en tu presencia, hay dicha eterna junto a Ti” (Sal. 16, 10-11).

Betania era el lugar donde Jesús encontraba la serenidad y la paz de la amistad, que San Juan la describe claramente:

“Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro” (S. Jn. 11, 5).

En la actualidad se encuentra ahí una Basílica franciscana que suele conocerse como la “Iglesia de la amistad”. Pero también el lugar en el que lloró Jesús por el sufrimiento de la familia y la muerte de un amigo es también el lugar en donde florece la vida cuando delante de su tumba resuena la orden de Jesús: “¡Lázaro, sal de ahí!” (Jn. 11,43).

Ya desde el inicio de la Cuaresma se nos recuerda lo pasajero de la vida: “Recuerda, que eres polvo y en polvo te convertirás” ... Bien exclama el Siracide:

“Muerte que amargo es tu recuerdo, para el que vive tranquilo en su casa...” (Ecco. 41)

.“Ciertamente morirás” es una helada sentencia que como palabra de Dios resuena desde las primeras líneas de la Biblia (Gn. 2,16).

Todas las muertes convergen hacia la muerte suprema de Cristo y el miedo a la muerte acompaña a todos los personajes bíblicos:

“¡Todo hombre dura lo que un suspiro!” “¡Todo hombre pasa como una sombra!” (Sal. 395).

“Quienes están en el sepulcro no pueden alabarte... sólo los que viven pueden alabarte, como lo hago yo...” (Is. 38,19).

Y de hecho el mismo Jesús en su oración del huerto dice:

“Padre si es posible pase de mí este cáliz...” (Lc. 22,43).

Es la Palabra de Dios, es la Resurrección de Cristo la que transforma nuestra perspectiva, y esto no sólo sucede con Henoc y Elías, que atravesando la muerte entran en la comunión celeste con Dios (Gn. 5,24; 2 Ro 2). Es el destino de todo hombre justo que procurando vivir en comunión con Dios a lo largo de su existencia terrena, cuando muere no camina hacia la disolución y la nada, sino a la plenitud de esa comunión en el amor, para la cual se había entrenado a lo largo de su vida.Así lo dice bellamente el libro de la “Sabiduría”.

Las almas de los buenos están en las manos de Dios y el tormento no las alcanzará. Los necios creen que los buenos están muertos. Consideran su muerte como una desgracia...Pero los buenos están en paz...“¡Porque su esperanza está llena de inmortalidad...! (Sab. 3,1).

Lo mismo el Cantar de los Cantares es que dice:

¡El amor es fuerte como la muerte! (Cant. 8,6).

Una narración judía describe así la muerte de Abraham:

Cuando el ángel de la muerte vino para apoderarse del espíritu del Patriarca, éste le preguntó: “¿Has visto a un amigo que desee la muerte de su amigo?... y el ángel le respondió: “¿Has visto a un amante rechazar el encuentro con la persona amada? Entonces Abraham comprendió y le dijo al Ángel: “Ángel de la muerte llévame”.

Un poeta contemporáneo se expresa así:

"El nacimiento provisional... y la muerte definitiva” (G. Caprini)

Y un poeta de esperanza nos dice:

Morir, es como traspasar el umbral y surgir al sol ... (D.M. Turoldo).

La muerte será así un: “Concluir de morir...” Y la profunda del gran escritor francés: “Vivimos juntos y moriremos solos” (Julien Grene).

Conclusiones

  1. El acto de fe de Marta, en la resurrección de los muertos y en la Divinidad de Jesús.
  2. El hermoso valor de la amistad, y la profundidad de vínculos que Jesús tenía con los tres hermanos; pues Jesús se puso a llorar al ver lo que habían sufrido.
  3. La oración de gratitud de Jesús antes de su actuación: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado” ...
  4. El grito imperioso “¡Lázaro, sal de ahí!”

Cristo nos llama a salir fuera del pecado, de la maldad, de la mentira, del odio, de la división, de la doblez, de la ambición, que son las pasiones que nos atan, nos vendan, nos impiden ver y caminar. Quiere que abandonemos nuestras elecciones de muerte, para elegir las de vida: nuestras elecciones egoístas y sofocantes para optar por las que amplían nuestros horizontes y dilatan nuestro corazón.

La vida cristiana es siempre proyecto, tensión, dinamismo, camino de resurrección (Rm. 8; 1 Cor. 15.)

La resurrección comienza cuando escuchando la orden de Cristo abandonamos todas esas vendas que nos impiden caminar y pasamos de la muerte a la vida. La vida desde el seno materno es comunión... la muerte suspende esa ley. Debemos ser personas de “comunión y participación” (Doc. de Puebla) con los hermanos, con la Jerarquía de nuestra Iglesia, con Dios; para reflejarla en la Eucaristía, signo, fuente y centro de esta maravillosa comunión con Cristo: luz, camino, verdad y vida.

Amén.

Mérida, Yucatán, Abril 2 de 2017


+Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo Emérito de Yucatán 

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