Homilía: La victoria de Cristo en la Cruz
Todos los cristianos, trascendiendo la pertenencia étnica, social o religiosa, en su solidaridad con Cristo forman la nueva humanidad.
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MÉRIDA, Yuc.- XII Domingo Ordinario
Zac. 12, 10, 11; 13,1; Sal. 62, Gal. 3, 26-29. Lc. 9,18-24
Cuando nos estamos preparando para las vacaciones, este domingo nos pone delante de una realidad contrastante: el valor y el significado del sufrimiento.
Debemos agregar que el sufrimiento no respeta ni las estaciones, ni el ritmo de la vida humana, pues acompaña todas las etapas de la existencia.
I.- Un Mesías no triunfante sino sufriente
El tema del Mesías que sufrirá se encuentra tanto en el texto del profeta Zacarías que escuchamos en la primera lectura, como en el Evangelio.
En el Evangelio encontramos el primer anuncio de la pasión, precedido por el diálogo entre Jesús y sus discípulos acerca de su identidad, al que sigue una breve instrucción sobre el discipulado.
En contraste con la opinión popular que tendía a incluir a Jesús entre los hombres de prestigio, corresponde la proclamación mesiánica de los discípulos. Jesús contrapone la imagen de un Mesías que sufre, humillado y muerto; el que es rehabilitado por Dios. Y ser discípulo de este Mesías, comporta un precio de fidelidad y perseverancia que a veces podrá ser muy alto, pero es el camino de la salvación.
Al tema del Evangelio corresponde el de Zacarías, en que se auguran y anuncian tiempos mejores para la dinastía de David y para la ciudad de Jerusalén, vinculados a la muerte misteriosa de un justo perseguido y siervo del Señor matado injustamente.
Este oráculo es mencionado por el 4o. Evangelio para interpretar la muerte de Jesús: “Verán al que traspasaron”. (Jn. 19.37)
La lectura de la carta a los Gálatas, sigue la reflexión de la 'justificación' mediante la fe, que introduce el tema por medio del Bautismo, que nos hace ser “hijos en el Hijo”. Por ello todos los cristianos, trascendiendo la pertenencia étnica, social o religiosa, en su solidaridad con Cristo forman la nueva humanidad, que será la que reciba las promesas salvíficas hechas a Abraham.
II.- “A la luz de la Cruz de Jesús”
A nuestra cultura pragmática, eficiente y consumista no le agrada tanto abordar la temática del sufrimiento y el dolor.
Esto significa un cambio cultural profundo, dado que en la sociedad 'industrial', que precede a la de la 'informática', existía una cierta idealización del sacrificio, que se traducía en la aceptación de la fatiga del trabajo, que comportaba austeridad de vida, y en la que se apreciaba la renuncia al consumo inmediato, para el ahorro, la capitalización y asegurar el futuro.
Parece que en la actualidad ha entrado otra mentalidad que es la de la globalización, y por ello el anhelo inmediato e intenso de aprovechar bienes y ventajas que el proceso de producción y desarrollo pone a disposición.
Todo lo que es percibido como obstáculo o impedimento para “gozar la vida” y aprovechar “bienes y ventajas” se ve como injusto y absurdo. Y delante de una posible existencia, con el “síndrome de la frustración”, no queda sino el rechazo y la negación.
La respuesta tradicional sobre el gran valor salvífico del sufrimiento y del dolor, viene sofocada y se considera extraña a esta nueva cultura, impregnada de la mentalidad difundida por los medios de comunicación.
Ni tan siquiera resulta fácil recuperar el sentido del dolor en clave racional, al convencer a los jóvenes que para lograr cualquier ideal humano la decisión, el sacrificio, la disciplina y las contradicciones acompañan toda realización.
No sólo en tiempo de Jesús, la cruz va a suscitar 'escándalo'. Por esto es necesario comprender su misterio y su mensaje. El dolor y el sufrimiento, son como “compañeros del camino”, injertados en toda existencia humana, que forman parte del claro-oscuro de la vida.
Podemos apreciar la vida hecha de éxitos y fracasos, realizaciones y anhelos no logrados, momentos de dicha y dolor, situaciones de “vientos favorables” que te simplifican tu camino y otras de “vientos contrarios” que obstaculizan llegar al puerto. Pensar quedarse en un término o extremo de esta dialéctica existencial es ingenuo e irreal, pero todos sabemos que logramos valorar y apreciar la dicha, el éxito, la realización, porque hemos llorado, sufrido y padecido; y en estas circunstancias hemos conservado la serenidad, la confianza y la paz.
Para lograr esta serenidad y entereza, está la “mirada de la fe”, que nos permite ver, interpretar y comprender nuestra vida a “La luz de la Cruz de Jesús”.
Por ello deseo recordar que el travesaño vertical de la Cruz significa el amor a Dios, que el horizontal significa el amor al prójimo y que para poder realizar ambos con todas sus exigencias, debemos dejarnos crucificar como Jesús.
III.- La Cruz de cada día
El sufrimiento se transforma en 'Cruz' cuando interviene una elección de fidelidad y de amor, fidelidad a Dios y amor a los hermanos.
Por ello Jesús usa el término “Hijo del Hombre”, que por una parte deberá padecer el juicio de Dios, y por otra representa a los perseguidos por su fidelidad.
En la óptica de la Pasión de Jesús, la cruz es camino obligado para todos sus discípulos. A su luz e inspiración sabremos afrontar el sufrimiento, el dolor y la muerte.
La instrucción de Jesús en el Evangelio se refiere a los discípulos de todos los tiempos. Se trata de cargarla -la cruz de cada día- en el marco de nuestra propia vocación y circunstancias. La cruz como signo de fidelidad y perseverancia en el amor cotidiano, no esperando el acontecimiento heroico excepcional, sino en la sencillez de la vida ordinaria asumir en confianza y libertad la parte de cruz que a uno le toca. Así aprenderemos a distinguir: No solo a tener a Jesús en los labios, sino a saber llevar con Él, la cruz en la espalda.
IV.- Conclusiones:
• Cada uno de nosotros está invitado a responder la pregunta de Cristo: ¿Quién soy yo para ti?
Qué importante será que sepamos responderle: Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, plenamente Divino, plenamente humano. Tenemos que aceptar, amar y creer en el Cristo total.
• Cristo puede también preguntarnos ¿quién eres tú?; y debemos responderle como Pablo: que el seguimiento, el discípulo de Cristo verdadero es el que se ha revestido de Cristo.
El seguimiento es una invitación que Cristo hace a todo discípulo. Para hacer “uno en Cristo Jesús” (Gal. 3,28). Debe ser comprometido, coherente y testimonial. Pues la experiencia del Bautismo realiza en la persona una transformación (Rm. 6) para poder exclamar: “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. (Gal. 2.20)
Con ello pongo la base de renunciar al propio proyecto, para asumir el proyecto de Jesucristo.
Creer en Jesús es aceptarlo a Él en su persona, con sus enseñanzas y estilo de vida, que sea para uno ejemplo, modelo, maestro y punto de referencia, cada vez que tengo que tomar una decisión.
Y aceptando así a Jesús, entonces asumo todo lo demás: La Iglesia que Él fundó, sus mandamientos y principios, su jerarquía, su liturgia, son dogmas y principios, en una palabra: todo.
Por eso suelo decir: “ser católico” es aceptar a Jesucristo tal y como nos lo presenta nuestra Madre y Maestra la Iglesia Católica y vivir de acuerdo con sus exigencias y consecuencias.
O sea que: Ser “discípulo de Cristo” es seguirlo con un estilo de vida comprometido y testimonial, para ser con Él “uno en Cristo Jesús” (Gal. 3,28).
• La muerte en Cruz fue para Jesús consecuencia de su elección coherente por amor. Rechazó principios, valores y parámetros de este mundo y propuso las 'bienaventuranzas', por ello sus discípulos que lo siguen fielmente deberán enfrentar la crítica, la oposición y la cruz. Y San Lucas al agregar “cada día” es para subrayar la fidelidad y perseverancia con las que debemos de seguirlo no obstante obstáculos, dificultades y seducciones de éste mundo.
• Un Misal dominical pone algunos ejemplos de Cruz muy significativos:
Cruz-Trabajo, Cruz-quehacer doméstico, Cruz-familiar enfermo, Cruz-hijo difícil, Cruz-enfermedad, Cruz-pobreza, Cruz-tercera edad.
La gran Santa Edith Stein describe así su conversión al ir a dar el pésame a la viuda del gran profesor Reinach muerto en la guerra; y la encontró por su fe, triste pero no abatida, con dolor, pero no con desesperación, sino con una serena esperanza que inspiraba paz.
Escribe: “Fue mi primer encuentro con la Cruz y con la fuerza divina que ella comunica. Vi palpablemente delante de mí a la Iglesia, nacida del dolor del Redentor y en su victoria sobre la muerte. Fue el momento en que se hizo añicos mi incredulidad y resplandeció la luz de Cristo, Cristo en el misterio de su Cruz”. (“Escritos Espirituales sobre el sentido de la vida”, Roma 1987,87).
Por la Cruz a la Resurrección, por la Cruz a la luz, por la Cruz a darle sentido a toda la vida-La Cruz es Victoria.
¡Salve oh Cruz, esperanza única!”.
Amén.
Mérida, Yuc., a 23 de junio de 2013.
† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán
Arzobispo de Yucatán