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El famoso siglo de oro (XVIII) dejó una huella indeleble en toda la humanidad. No sólo fue prolífico en la cultura y las artes, también representó una revolución que se reflejó en lo que hoy llamamos “Ilustración” o sea en las nuevas ideas. En sus últimas tres décadas, se gestó primero la lucha de independencia de las trece colonias inglesas en América, que dio origen al nacimiento de los Estados Unidos de Norteamérica en 1776; posteriormente estalla la Revolución francesa en 1789 y ésta a su vez, sienta las bases para las ideas revolucionarias que incendiaron el continente americano. En las primeras dos décadas del siglo XIX se independizan todas las colonias españolas hasta finalizar con la última nación en liberarse del yugo colonialista en 1898: Cuba.

Además de generar toda una cultura de cambio de ideas y paradigmas, la revolución francesa nos heredó algo que en lugar de servir para evolucionar en una mejor y necesaria manera de convivir entre los pueblos solamente ha resultado en una mayor profundización de las diferencias entre los hombres. Me refiero al nacimiento en las asambleas políticas de dos bancadas de Gobierno: una a la izquierda y otra a la derecha, o sea los “izquierdistas” y los “derechistas”. De ese planteamiento surgió el acomodo de las distintas clases sociales en cada uno de ambos bandos: en la “derecha” se acomodaron los monárquicos o nobles, los esclavistas, los capitalistas mayores, el clero mayoritario, los más ricos y los políticos que aspiraban ser de estos grupos antes mencionados. En suma, podemos afirmar que las ideas de “derecha” parten de la premisa que las sociedades se desarrollaran mejor manteniendo el predominio del libre mercado por sobre el del Estado que gobierna.

En la izquierda se acomodaron los que querían naciones republicanas (antimonárquicos), los obreros, artesanos, algunos comerciantes menores, un clero minoritario, los desprotegidos y los que creen que debe existir un Estado que proteja a los ciudadanos de la voracidad del capitalismo mal encaminado.

Esto es un planteamiento de origen, quizá ingenuo para muchos, sin embargo, sabemos que estos dos caminos se han contaminado y degenerado con el tiempo. Podemos ver en la actualidad los nefastos resultados de políticas de “extrema derecha” y de “extrema izquierda” reflejados en países explotados por ambas oligarquías, los conocemos por los términos: Capitalistas y Socialistas (o comunistas).

Un hecho contundente sucede en la realidad y se entiende mejor con la siguiente pregunta: ¿Dónde se vive mejor, en un país capitalista o en uno comunista?, la respuesta es más que clara para todos y la gran diferencia hasta hoy sigue siendo la práctica de la Democracia como forma de Gobierno (entiéndase democracia más como una forma de vida).

Sean políticas de derecha o de izquierda, los países más desarrollados y con mejor calidad de vida para su población son los que practican la democracia, lo que nos lleva a la sencilla premisa: las dictaduras no son buenas. El Comunismo no existe como tal, en todo caso existen gobiernos dictatoriales o autoritarios como Rusia, Cuba, Corea del Norte, Vietnam, Venezuela y Nicaragua. Hoy día el modelo de crecimiento económico es el que impone la ruta del desarrollo, en otras palabras, la discusión tiene como base: Rectoría del Estado o Rectoría del Mercado.

Sin embargo, me hago esta pregunta: ¿y China cómo ha logrado tanto avance y desarrollo económico de su población, siendo este un Gobierno de una dictadura de partido, o sea sin democracia? La respuesta es esta: China es un capitalismo de Estado. ¿Y México? Hasta hoy lleva el ritmo de la Rectoría del Estado; mientras haya democracia: ¡enhorabuena!

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