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Llegan los tiempos donde buscamos el perdón personal en todas aquellas acciones que pudieron manchar nuestra alma. Caminamos entre los aires del perdón que se anuncian entre focos navideños y las promesas de reconciliación plantadas en un árbol lleno de esferas, ¿qué es este instinto de querer sentirnos puros con el pensamiento desbordado de bondad y buenas acciones? Quizá se trate de un misterio festivo.

Advierto amablemente que el texto del día de hoy corresponde a un poema cuya lectura resultó un tanto violenta; como esas ocasiones en las que las palabras profundas y complejas pueden tener un efecto más fuerte que el de las frases trilladas que hemos aprendido a ignorar porque simplemente “no nos llegan”. Muchas veces encontramos claridad en la complejidad; creo que este es un caso parecido.

“Los restos”, poema del autor canadiense-estadounidense Mark Strand, trata tres temas en particular. Éstos son expuestos magistralmente en doce versos que entre sus palabras guardan una intimidad conocida y que fácilmente llega a nuestro entendimiento universal. Los temas son: nosotros, nuestros padres, y la relación con los otros; y cada uno de ellos se encuentra nombrado en las tres estrofas con una especie de aire melancólico, como quien lee a través de un espíritu cansado o posiblemente resignado.

En la primera estrofa el poeta expresa el despojo emocional que hace de las personas a través de objetos físicos, “Me vacío del nombre de los otros. Vacío mis bolsillos. Vacío mis zapatos y los abandono a la orilla del camino”. Entonces se encuentra libre y su pensamiento se dirige a sus padres al mirarlos en un álbum familiar y recordarse de niño.

Luego un pesar se hace presente. Habla del tiempo y de cómo las horas han hecho su trabajo llevándolo verbalmente a expresar que ama a su esposa, pero la aleja en un acto en donde él ha pronunciado su propio nombre y se despide. ¿Un adiós suicida?

En la última estrofa menciona que sus padres habitan ya en las blancas habitaciones de nubes; ahí en el cielo en donde nosotros sabemos que nuestros difuntos siguen existiendo y a donde referimos la mirada al decir sus nombres en voz alta. El suspenso se encuentra entre no saber si el sujeto poético vive o ha dejado de existir. “Me vacío de mi vida y mi vida permanece”.
Esperemos, lector, que la nostalgia festiva no resulte en ausencias irreparables. Sepamos encendernos de nuevo y fluir armoniosamente entre nosotros, nuestros padres y los otros.

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