Sobre el amor propio
Julia Yerves: Sobre el amor propio
Las miradas en el espejo, especialmente aquellas que hacen regresar al cuerpo para detenerse en un segundo tiempo, suelen ser engañosas. En un primer instante, eso fugazmente atractivo que nos ha hecho regresar a mirarnos, y lo que despertó un deseo de reconocernos, es lo mismo que nos hace abandonar el sitio; suspender la contemplación. La vista puede engañar.
Y es que pareciera que nuestro rostro cambia de acuerdo al momento del día. Por la mañana el peso de los sueños se presenta en una leve hinchazón de los ojos y el tono rojizo-cristalino señala profundidad. Nadie quiere mirarse en ese instante. Diferente es, por supuesto, cuando el tiempo de producción comienza. El alistarse para la vida diaria supone un tipo de arte que transforma. Algo de maquillaje, gel moldeador y fijador de cabello, un perfume para recordarnos que nuestra existencia también puede olerse y un atuendo presentable hacen de los primeros espantos matutinos, una versión aceptable; casi humana. Nos gusta lo que vemos y estamos listos para los otros.
Joan Didion, en su ensayo “Selfrespect. Itssource, itspower”, habla sobre la importancia del amor propio. Lo hace, como es su estilo, desde una perspectiva que no respeta en absoluto lo frágil que puede ser mirarnos desde la crudeza de una sinceridad propia. Nos reflejamos involuntariamente a partir de sus letras y de pronto nos sentimos en jaque. ¿Con qué derecho extiende palabras para involucrarnos en una sensibilidad y consciencia personal que incomoda?
“Una vez, en plena mala racha, escribí con letras enormes en una doble página de un cua- derno que la inocencia se termina cuando a uno le roban la ilusión de que se cae bien a sí mismo”. ¿No es este, acaso, el punto central de la sana convivencia que tenemos en la intimi- dad de nuestro ser? ¡Tendríamos que caernos bien! Más allá de algo físico, aquellos que saben mirarse reconocen que la verdadera imagen, la más cruda y por ende la más hermosa, es la interna.
Para Didion, el amor propio está más cerca de una guerra de lo que está de una paz social ro- mantizable. En sus palabras, respetarse signifi- ca distancia, silencio, disciplina, egoísmo, decir no. Ahí está el amor. No en las percepciones que los demás tengan de nosotros y a las que “tendríamos” que ajustarnos con resignación. Amarse profundamente implica hacer las paces con esos demonios que no presentamos ante los ojos ajenos y dejar que también hablen, miren, y se vistan para salir a convivir