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En los años sesenta del siglo pasado, comienza a surgir una agitación cultural en los ámbitos periodísticos y literarios de la capital del país, sobre todo en un puñado de editores y escritores que son herederos directos de la labor pergeñada por Fernando Benítez en el diario Novedades, durante el periodo en el que aquél estuvo al frente del suplemento cultural (1949-1961), poco más de una década en la cual dio cabida a los nuevos talentos literarios, en especial autores y jóvenes universitarios cuyo bagaje cultural los había impregnado de aspiraciones que rebasaban por mucho los frutos artísticos remanentes de la revolución armada e intelectual de principios del siglo XX.

Los miembros de la Generación del Medio Siglo tuvieron una participación definitiva en la UNAM, en especial en la Coordinación de Difusión Cultural, dependencia que Jaime García Terrés dirigió de 1953 a 1965 y que fue fundamental para la formación, profesional e intelectual, de estos jóvenes; de allí nacerían (o renacerían) distintos proyectos culturales, como el movimiento Poesía en Voz Alta (que dio inicio en 1956), la Casa del Lago (fundada en 1959 y más tarde dirigida por Juan Vicente Melo), Voz Viva de México (que también nació ese año para reunir en fonogramas a los más importantes escritores de nuestro país y en los que se grabarían algunos relatos de los miembros de esta generación, como "La Sunamita", de Inés Arredondo, y "Tajimara", de García Ponce) y la revista Universidad de México.

Su participación en distintas instituciones culturales, como el Centro Mexicano de Escritores y otras dependencias de la UNAM, pronto se hizo notar gracias a su actitud crítica ante la cultura mexicana oficial, la cual ejercieron en diversas revistas del país -como Universidad de México, Revista Mexicana de Literatura, Cuadernos del Viento, S.Nob y La palabra y el hombre, entre otras-, así como en los suplementos "México en la Cultura" (del periódico Novedades) y "La Cultura en México" (de la revista Siempre!).

El apoyo que recibieron de diversas editoriales, como la Imprenta Universitaria de la UNAM, Era, Empresas Editoriales, Joaquín Mortiz, el Fondo de Cultura Económica (FCE) y la editorial de la Universidad Veracruzana, por citar solo algunas, también les granjeó el mote peyorativo de “La mafia”. Y es que, a decir de otros escritores y periodistas, su control y amplia presencia en los medios impresos se constituyó en un grupo cerrado, cuyo criterio de camarilla como eje rector dejó fuera a muchos literatos y demás aspirantes a publicar.

No obstante, la mayoría de sus colaboradores participaron simultáneamente en revistas y suplementos como Estaciones, Universidad de México, Bellas Artes, etc. Nombro tan solo algunas de las publicaciones periódicas que los acogieron, las cuales según el investigador Armando Pereira “no habrían sido lo que fueron sin la incisiva participación en ellas de ese grupo de jóvenes veleidosos y desembozados que, ya desde la Revista Mexicana de Literatura y aun después, abrió nuevas rutas, siempre críticas y polémicas, a la cultura mexicana”.

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