El arte vive de las limitaciones
Columna de Aída López: El arte vive de las limitaciones
El natalicio de Leonardo da Vinci, 15 de abril de 1452, es motivo de celebración. Considerarlo un hombre de ciencia y arte con una genialidad jamás repetida en la historia, dio lugar a que en 2019 la Unesco declarara en la misma fecha el Día Internacional del Arte con la intención de honrar su legado promoviendo, desarrollando y difundiendo el arte.
Si bien a Leonardo se le relaciona más con el arte que con la ciencia, la realidad es que sus aportes en anatomía, mecánica, ingeniería, paleontología, botánica, filosofía, música, poesía, entre otras disciplinas que su curiosidad intelectual lo llevó a explorar, es mucho más prolífica que los escasos veinte cuadros que se le atribuyen, siendo los más conocidos “La Gioconda” y “La última cena”, así como su dibujo en tinta “Hombre de Vitrubio”.
Pero fue un dibujo que lo acercó a la corte de los Médici cuando plasmó el cuerpo ahorcado de Bernardo Bandini Baroncelli quien había apuñalado a Juliano de Médici en el Duomo de Florencia antes de hacer lo mismo con su hermano Lorenzo el Magnífico, quien llegaría a ser gobernante de Florencia.
A partir de ese momento, dejó el taller de Andrea del Verrocchio para recibir el mecenazgo de la familia Médici hasta su traslado doce años después a la corte del duque de Milán Ludovico Sforza, El Moro, donde permaneció casi dos décadas.
En este caso fue la música la que lo acercó al ducado cuando viajó para entregarle una lira de plata en forma de cabeza de caballo que él mismo había creado, pretexto para ofrecer sus servicios de ingeniería y artillería que en ese momento requería Sforza.
Leonardo no desaprovechaba la oportunidad para observar y meditar hasta perfeccionar las concepciones que luego ejecutarían sus manos, lo que era considerado un tiempo perdido para los que no comprendían que el hombre de genio necesitaba tener momentos de inactividad para después aplicarse.
Entre las anécdotas que cuenta Giorgio Vasari en “Vida de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos”, es que el artista no terminaba “La última cena” y el duque envió al prior a urgirlo, Sforza al ver que no avanzaba el trabajo porque el pintor se la pasaba la mitad del tiempo absorto en sus pensamientos, mandó a llamarlo, entonces Leonardo le dijo que le faltaban dos rostros, el de Jesús y el de Judas, ya que no podía encontrar en la tierra un modelo capaz de concebir la gracia celestial del primero ni tampoco algún rostro que representara la traición a su Maestro en el caso del apóstol que lo vendió por un puñado de monedas, aunque después de esa plática ya no seguiría buscando la de Judas porque su modelo sería el inoportuno prior, lo que causó gracia al duque.
En el caso del rostro de Jesús quedó inconcluso, pues para Leonardo una obra de arte nunca se termina, simplemente se abandona, porque el arte vive de las limitaciones y muere por la libertad.