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Inmersos en esa vorágine de compras, visitas en casa, posadas, preparativos para la Nochebuena y Navidad, a veces olvidamos que muchas personas no pueden pasar estos días especiales en el calor del hogar. Algunos porque carecen de un techo o familia cercana; otros, porque sus empleos les demandan estar a kilómetros de distancia o de guardia, como los policías, médicos, paramédicos, enfermeras, rescatistas y bomberos, soldados y marinos, entre otros servidores públicos.

En el marco de estas celebraciones, los gobernantes, dirigentes de grandes corporativos y hasta los pequeños empresarios procuran celebrar a sus empleados y trabajadores con los tradicionales convivios en los que se comparten gratos momentos y se rifan algunos obsequios. En las fuerzas armadas no es la excepción, pues en estos momentos los mandos reconocen con mayor énfasis la invaluable labor de mujeres y hombres que, hoy más que nunca, incluso exponen sus vidas para que usted, yo y toda nuestra comunidad vivamos en un ambiente de paz y tranquilidad, como la que ha colocado a Yucatán como el Estado más seguro del país y que se procura en Quintana Roo y otras entidades.

Siempre recordamos que, hasta hace unos años, a bordo de los buques de la Armada de México que estaban atracados en algún puerto (mientras otros siguen navegando), era común que el 24 y el 31 de diciembre, quienes salían francos colaboraran para la cena de Nochebuena y de fin de año de los compañeros a quienes les correspondía estar de guardia. Además, los despenseros preparaban algo especial, diferente al menú cotidiano del “rancho”. En puerto, a veces se hacían concesiones para que los solteros relevaran de las guardias a los casados para que estos compartieran esos momentos con sus familias. Algunos comandantes llegaban por la noche, en ocasiones con sus esposas e hijos, para brindar, degustar los bocadillos, la cena y departir con la tripulación.

El mismo ritual de la “coperacha” y visita de los mandos se repetía el día 31, con el agregado de que, al llegar el Año Nuevo, se hacían sonar las sirenas de los barcos acompañando las celebraciones en el puerto donde estuvieran fondeados o atracados; incluso allá por los años 70 vivimos un brindis en altamar, con la compañía de una luna plateada y la estela de nuestro Guardacostas surcando las aguas del Pacífico mexicano.

Esos breves acaecimientos, así como los días de navegación sin tocar puerto, dan a los integrantes de la Marina el distintivo de familia naval, porque esa convivencia exalta el espíritu de cuerpo, decanta la camaradería y la hermandad de los hombres de mar, que pervive más allá de las travesías. Es tal y como dice el lema de la Asociación de Retirados de la Armada: “El mar nos mantiene unidos”.

Con estos recuerdos queremos hacer un reconocimiento a quienes estos días estarán ausentes de sus hogares cumpliendo con su deber para que otros celebremos en nuestros hogares y recibamos la Navidad y el Año Nuevo con renovadas esperanzas por un mejor futuro.

¡Muchas felicidades!

Anexo “1”

Una de perros

La Guardia en Prevención se puso en alerta al ver que el comando de transporte de personal retornaba apenas media hora después de partir del Sector Naval de La Pesca, Tamaulipas, aquella tarde de verano de 1999. El comandante del pelotón de Infantería de Marina informó el motivo: habían olvidado la comida del perro que llevaban al operativo. Minutos después, con las croquetas a bordo, partieron de nuevo a su misión.

Si ahora nos parecen un exceso los reconocimientos a "Frida", la perrita rescatista recién fallecida de la Armada (¡hasta un minuto de silencio le dedicaron en el Senado!), imagínese lo que pensábamos hace más de 23 años al ocurrir este acaecimiento cuando comenzaban a cobrar auge los llamados "binomios caninos". Sin embargo, casi un año observé que los dos canes "antidrogas" (uno pastor alemán) tenían asignados a cuatro infantes dedicados su cuidado y que diariamente aseaban, ejercitaban, entrenaban y alimentaban a sus “compañeros” hasta formar un vínculo afectivo, por así decirlo. Hoy, estos nobles animales son empleados en todas las corporaciones de seguridad y se reconoce su valía.

Sirva esta breve anécdota como pretexto para recordar que varios estudios han constatado que el oído de muchos animales, como los perros, es considerablemente más sensible que el de los seres humanos, motivo por el cual los cohetes y el estruendo de los fuegos artificiales les resulta perturbador y puede dañar gravemente su capacidad auditiva.   

Aunque en estas fechas la pirotecnia está regulada en varios estados y municipios, no ha bastado para frenar su venta y uso indiscriminado, que ha causado múltiples accidentes tanto para los seres humanos como para los animales. Tratemos de evitarlo.

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