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Así como la historia del hombre puede contarse a través de sus logros, creaciones y alcances, también es posible hacerlo a partir de sus guerras. Conflictos humanos que, aparte de significar destrucción y muerte, pueden ser vistos como ensayos en pos de una lucha, y una aparente mejora. ¿El instinto natural de dominar?

Nuestro aprendizaje sobre la historia universal está centrado en los conflictos bélicos. Muy pronto entendimos que los avances sociales, los impulsos económicos y la generación de tecnología industrial fueron consecuencia y no causa de las guerras. Un lado bueno y un lado malo.

¿Qué hay de las personas involucradas? La sangre patriótica no corre por las venas de todos. Por las mías corre un amor por mi país, pero no un ardor por luchar y dar mi vida. Hay quienes tienen, o tuvieron, un impulso por servir y la convicción interna de que su propósito estaba centrado en el hecho de pelear para defender algo que definía sus existencias. Esto no se juzga.

En el poema “Un aviador irlandés prevé su muerte”, del autor William Butler Yeats, estamos frente a la perspectiva de un combatiente que no ignora su destino, tal como lo indica el título. La propuesta impacta y una melancolía danza entre los versos.

Podemos sentir cómo la impotencia de permanecer con vida se torna una racionalización brutal de las circunstancias que envuelven a una sola persona. Un soldado que puede ser muchos otros cuyas acciones conocimos, ignorando sus pensamientos.

La voz poética no teme afirmar que su destino lo encontrará en el aire, pues ahí lo espera la muerte. También reflexiona en el contexto de sus circunstancias: “A quienes combato, no los odio. A quienes protejo, no los amo”. Pareciera que estamos en medio de una acción definitiva y podemos ver ambos lados de la situación cuando se dirige a todos aquellos que pelean: ningún final puede traerles más pérdidas de las que ya tienen, ni dejarlos más felices que antes. No hay punto de retorno.

Hay un motivo escondido entre los versos. Uno que podemos considerar el móvil principal para encontrarse ahí, en el aire, aguardando por la muerte. Ninguna ley ni deber los hizo pelear; los porqués pueden responderse con “un solitario impulso de deleite”. Un balance perfecto entre la vida anterior y la muerte futura; una aceptación fría que, lejos de inquietar, trae calma.

En un poema tan ajeno en apariencia, se agradece la empatía humana para quien también pudiera estar en medio de alguna batalla.

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