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Las temporadas decembrinas se han caracterizado porque se realizan varios tipos de celebraciones y en la mayoría de estas las personas utilizan los llamados fuegos artificiales, que a fin de cuentas son artefactos explosivos de medio control que, además ruido, generan vistosos espasmos luminosos que muchas veces son espectaculares y coloridas.

Llenar el cielo nocturno de increíbles efectos luminosos y sonoros en las celebraciones de fin de año representa una expresión de la fiesta y de la alegría, propias de nuestras costumbres. No obstante, tienen su lado negativo, que es la contaminación y el sufrimiento de animales y de un grupo determinado de personas.

Para producir pirotecnia se mezclan neutralizantes, oxidantes y aglomerantes, además del perclorato de sodio que da propulsión al cohete, los metales pesados que aportan el color y los aerosoles que producen la detonación. Estos compuestos liberan una lluvia de toxinas al suelo, aire y agua, tanto en su producción como en su detonación. Cuando son elaborados se mezclan elementos químicos como nitrato de potasio, nitrato de sodio, azufre y carbón, lo que provoca contaminación en el agua usada.

 A su vez, cuando los fuegos artificiales explotan se contamina el aire de gases venenosos que contribuyen a la lluvia ácida, aumentar los gases de efecto invernadero y al agujero de la capa de ozono. Esto sucede porque se liberan dióxidos de azufre, óxidos de nitrógeno, dióxidos de carbono y óxidos de cloro, provenientes estos últimos del perclorato utilizado como propulsor del cohete. Además, otra de las consecuencias del perclorato de sodio es que cerca de los cuerpos de agua aumenta sus niveles normales, lo que provoca la muerte de los microorganismos y de la fauna acuática.

Asimismo, los metales pesados que se usan en la elaboración de la pirotecnia son muy tóxicos y carcinógenos –litio, estroncio, antimonio, bario–, que se dispersan en la atmósfera en forma de polvo y humo, y cuando caen a la tierra lo hacen convertidos en aerosoles sólidos, partículas muy pequeñas que si se inhalan de manera continua pueden producir daños en las vías respiratorias, alergias y náuseas. Cabe destacar que los efectos son más agudos en niños pequeños y en personas con antecedentes de asma, tiroides o problemas cardiovasculares.

En cuanto a la contaminación acústica, la Organización Mundial de la Salud aconseja que el límite recomendable de sonido apto para nuestra salud auditiva es de 65 dB (decibelios). El estallido de un cohete o de un petardo puede alcanzar hasta 190 dB, que es más de lo que el oído adulto puede soportar, por lo que los tímpanos de los bebés, al ser más vulnerables, están más expuestos a lesiones de oído.  Pero, quienes más padecen las consecuencias de la contaminación acústica son los animales perros, gatos y aves, dado que sus oídos son mucho más sensibles al ruido que el de los humanos. El fuerte estruendo suele provocar reacciones al pánico y angustia, que se traduce en taquicardia, jadeos, dificultad para respirar, temblores y, a veces, provocan la muerte.

Entonces, cabe preguntarse si sabiendo todos los daños y efectos negativos que provoca utilizar fuegos artificiales en las celebraciones, es necesario seguir con esta práctica. La invitación desde este espacio de opinión, es a utilizar lo menos posible este tipo de artefactos en nuestras celebraciones. Además, sabemos que resultan ser muy peligrosos para quienes los manejan, pues pueden llegar a generar daños severos en varias partes del cuerpo si no se operan con seguridad. Pero, como siempre, usted, amigo lector, tiene la última palabra.

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