Los recuerdos del olfato y el paladar

Gínder Peraza Kumán: Los recuerdos del olfato y el paladar

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Un médico especialista nos informa que una de las secuelas que puede dejarnos el Covid-19 es que extraviemos los sentidos del gusto y del olfato.

El apunte resulta útil porque a menudo perdemos de vista que muchos de nuestros recuerdos se quedan en la memoria gracias a que están fijados o respaldados por olores o sabores inolvidables.

Creo que dos son los olores más desagradables que he sentido en mi vida, y uno de ellos es el de ostiones empezando a pudrirse por la exposición al sol.

Resulta que mi padre los trajo de una excursión al mar, y ante mi curiosidad me dijo que si quería comerlos tenía que abrirlos, para lo cual sólo había que dejarlos expuestos un rato a los rayos del Astro Rey.

Pero el tiempo se me fue jugando y cuando fui a verlos y los acerqué a mi nariz, el hedor era tan insoportable que tuvieron que pasar unos 30 años para que volviera a poner un ostión en mi boca.

El otro mal olor que no se borra de mi mente lo sentí una madrugada que estaba durmiendo en el puerto de Progreso, en casa de un amigo, en espera de que amaneciera para ir a pescar.

Pero resulta que el hijo de mi amigo tuvo un accidente cuando manejaba en una carretera cercana y todos tuvimos que volver a Mérida por atención médica de emergencia.

Antes de irnos mi amigo me pidió que sacara los restos de pescado que habían quedado en la lancha que íbamos a usar, y que había sido utilizada un día antes por otras personas.

Cuando levanté la tapa del vivero que estaba a mitad de la embarcación por poco me vomito y ya no pude hacer la tarea. Fue un olor inolvidable, literalmente.

En contraste, recuerdo el delicioso aroma de un pámpano relleno y cocido envuelto en papel estaño del que me hicieron el favor de convidarme en una visita de trabajo a Ciudad del Carmen, por ahí de los años noventa.

Las señoras cocineras, yucatecas que habían llegado a la isla hacía mucho tiempo, se lucieron con los invitados y a mí me preguntaron “¿Quiere más, don Gínder?”. “Sólo un poco de caldito”, contesté, y eso fue porque en el caldito, donde pensaba rebañar medio pan francés, se habían concentrado todos los sabores de la carne de ese pescado tan especial, y de todos los ingredientes que las expertas le habían agregado. Nunca he vuelto a comer algo tan sabroso como ese pámpano relleno.

Por último, puedo decir que varios días me quedó en el paladar el regusto de los primeros ostiones ahumados que comí en mi vida, adquiridos, no puedo olvidarlo, en una tienda de ultramarinos que los importaba de España.

Fue mi gran reivindicación después de las décadas de mal recuerdo que me dejaron los moluscos aquéllos procedentes de Dzilam Bravo, y que puse a que “se abran solitos” colocados sobre unos troncos secos que iban a servir para leña en Dzilam González.

¿Usted qué recuerdos buenos o malos guarda en las memorias de su olfato o su paladar? Seguro que tiene varios… ande, cuente, cuente…

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