Cuando no hay futuro ¿cómo puede haber pecado?
Columna de Rodrigo Ordóñez: Cuando no hay futuro ¿cómo puede haber pecado?
En los años setenta se habló de la muerte del rock y la contracultura en general, empezando por la disolución del movimiento hippie y sus adeptos integrándose paulatinamente al sistema, sin dejar atrás sus valores espirituales que eran más fáciles de sostener que el estilo de vida donde abundaba la ropa colorida, las drogas recreativas y psicodélicas, el pelo largo y vivir de la naturaleza o las artesanías que vendían en las calles de México.
Pero esta muerte de esta etapa del movimiento contracultural no fue fortuito, sino que inició después de la matanza estudiantil de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, donde el sistema político priista cerró sus filas para abatir las rebeliones juveniles no sólo a través de la cárcel y la desaparición de los integrantes de las guerrillas, que fueron asesinados y desaparecidos en la llamada Guerra Sucia, siendo su único delito querer un mundo libre de la opresión, sino que fue complementada por una campaña mediática, usando a Televisa, para que a través de las novelas y anuncios sean satanizadas las drogas, elevaron a los narcotraficantes a nivel de enemigo internacional y equipararon al comunismo con terrorismo, siendo esta corriente política perseguida y sus adeptos encarcelados, destruyendo así cualquier oposición al partido en el poder.
En la música este fenómeno quedó demostrado con la aparición del rock progresivo y el metal pesado, que concentraban en sus letras la frustración y la ira de una juventud que fue aplastada por un sistema que no dio ninguna concesión para nadie, sino que trató desesperadamente de mantener su poder político, cultural y social, lo cual le permitió al PRI gobernar al menos 20 años más.
Sin embargo, estas nuevas corrientes de la música quedaron atrás con el surgimiento del rock punk, donde se apuntaló con una fuerza visceral la desesperanza en una sociedad cerrada a las y los jóvenes.
El punk comenzó a gestarse cuando Malcolm McLauren abrió en Londres la tienda Sex dedicada a la antimoda y ropa para sadomasoquistas, donde había lentes ahumados de soldador, aretes de chatarra, tintes para el pelo de color azul, rojo, verde, chamarras rasgadas y, como reseña Juan Villoro, camisas con el lema: si sientes que alguien te sigue no es que estés paranoico, sino que ya saben quién eres.
En ese ambiente, el propietario decide crear la banda Sex Pistols que tenía un estilo basado en el salvajismo, la violencia y las atrocidades que hacían en escena, además de sus letras que pulverizaban los valores sociales y mostraban el desencanto de una juventud que ya no creía en nada.
Los grupos que surgieron a partir de los Sex, como The Clash y The Damned, creían que el rock era decadencia absoluta y sus producciones demasiado comerciales, sin reflejar la aplastante realidad y opresión que existía en la sociedad, por ello, esta nueva tendencia optó por una música desnuda, rápida, básica, agresiva, sin adornos y sin nada de melodía, pero con letras que hacían eco al significado de punk, según José Agustín, que lo define como: peyorativo para referirse a una persona ojete y gandalla, desconfiable y que no sirve para nada. Como corriente contracultural, el punk reapareció en los noventa recordándonos que no hay futuro en este país que es sinónimo de fosa común.