Los fantasmas de lo cotidiano

Columna de Rodrigo Ordóñez: Los fantasmas de lo cotidiano

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En la palabra cotidiano cabría un universo entero de pequeñas rutinas, actividades, entretenimiento, higiene personal, en fin, abarca tanto el término en sí, que nada más enumerarlas no bastaría esta columna, pero como todo proceso humano evoluciona y transforma nuestra forma de percibir el mundo.

Lejos de un debate conceptual, en lo personal siempre ha sido un mapa de nuestras propias motivaciones y el desarrollo de las ideas que, consciente o inconscientemente, tenemos dentro.

Desde la aparición de las redes sociales, la mensajería instantánea y las plataformas de contenido multimedia, es imposible que no se impregnen en esos patrones de conducta que tenemos reservados para nuestro día, como qué foto postear, un estado o decidir mirar una serie el fin de semana, convirtiendo nuestro tiempo libre en procesos para alimentar ese mundo virtual que le sirve a la tecnología para rediseñarse constantemente.

Atrás quedó el tiempo en que compartíamos una verdadera conexión con lo que ocurre afuera, en notar o comprender esas explosiones de belleza que ocurren en pocos segundos, porque estamos inmersos en las diferentes pantallas que paulatinamente se han convertido en lo cotidiano.

Charles Baudelaire postuló a mediados del siglo XIX, en ese París recién demolido para transformarlo en una ciudad moderna, que la belleza ocurría en los actos efímeros, muchas veces los reflejó en sus Pequeños Poemas en Prosa, donde lo cotidiano lo construyó a partir de caminar por las calles e ir registrando esos fugaces momentos como material para sus poemas.

Sin embargo, en la actualidad, el sistema económico cambió las reglas de la apreciación al permitir que el mundo digital transforme ese contenido que subimos cada día en productos consumibles, abriendo ese espacio con nuevas aplicaciones o plataformas para brindar opciones para que cada día más personas coloquen videos, fotos u opiniones, trastocando lentamente las metas personales en golpes de suerte para viralizar un contenido que valide nuestro trabajo gente sin rostro apretando un botón de me gusta o compartiéndolo como si eso representara, ahora, los límites de la superación individual.

No sólo nos ha robado el disfrute de la belleza que ocurre a nuestro alrededor o sometiéndola al criterio de las y los usuarios para nosotros formarnos un juicio sobre ella, también ha roto la forma en que nos relacionamos con el otro, ahora tiene más valor quien entra a mirar una historia en las redes sociales, nos hace atribuirles una intención que no existe o creer que el hecho de verlas es sinónimo de interacción social, cuando en realidad si alguien quisiera saber sobre nosotros, es más fácil verse y ponerse al día lejos de la tecnología, porque la mente tiene sus propias maneras de caer en los precipicios que nos formamos por suponer en vez de preguntar.

Con el tiempo, creo lo más difícil fue romper con la realidad que el mundo virtual construía a mi alrededor, Ernesto Sábato hablaba del creciente ruido que invadía nuestro mundo, las bocinas y televisores a frecuencias destructivas, ahora se convirtió en aplicaciones timbrando cada dos segundos, al menos yo, ya no quiero ser parte de ese ruido, me exilié con éxito de las premisas virtuales para encontrarme en un nuevo viaje, donde lo virtual sea un medio sin arrebatarme el tiempo para contemplar el mundo.

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