|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Los problemas suponen soluciones porque nadie desea quedarse en algún tipo de estancamiento incómodo.

Para los malestares físicos buscamos remedios o doctores, para los corazones rotos se puede apelar al tiempo y al llanto.

Si el predicamento es monetario, desprenderse de los objetos de valor significa una nostalgia dolorosa que una vez superada se siente como elección sabia. Todo tiene solución; aparentemente. Encontrar problemas o buscarlos, son dos cosas muy diferentes.

Por una parte, uno puede andar respirando por la vida y de pronto esos azares desafortunados nos envuelven dentro de una circunstancia que definitivamente no contemplábamos en los días venideros y ahora la tenemos de frente.

Por otra, la pulsión del deseo por perjudicar se sabe consciente; puede sentirse en el estómago como un fuego apenas naciente que pronto se avivará hasta llegar a la boca o a las manos, para dañar.

Marguerite Yourcenar, en su cuento largo “Cómo se salvó Wang-Fô”, narra la historia de un viejo pintor quien, junto con su discípulo, se encuentran en una situación complicada. ¿Por qué? Cuestiones del azar y de las malas casualidades.

Wang-Fô, el gran pintor, y Lin, se encuentran viajando sin rumbo por el reino de Han. Lin, siempre cordial y amable hacia el viejo, carga los rollos de papel y todos los instrumentos necesarios para que su maestro tenga la libertad de admirar las cosas más ociosas e imperceptibles para los demás.

Un día son apresados y llevados frente a la máxima autoridad. ¿La razón? El joven emperador había pasado los años de su temprana adolescencia encerrado en un cuarto donde estaba dedicado a estudiar para su cargo futuro.

Solamente le rodeaban paredes y una vasta colección de las pinturas de Wang-Fô. Las conocía de memoria y las aborrecía porque era lo único que conocía del exterior.

La decepción, al mirar el mundo real, fue tan grande que decidió castigar al pintor por tan coloridas mentiras. Wang-Fô fue obligado a terminar una pintura suya y después sería privado de sus ojos y manos.

Entonces pintó y los trazos fueron tan largos que sobrepasaron a todos los presentes en la sala sirviendo de lienzos. Pintó un barco y también la bufanda roja que colgaba del cuello de Lin justo antes de ser decapitado. El mar en pintura viva lo inundó todo.

El viejo y su discípulo subieron al barco y navegaron lejos de la sala, más allá del cielo y lo concebible. Una solución improbable, por supuesto. Pero absolutamente hermosa.

Lo más leído

skeleton





skeleton