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Las fotos ocasionalmente son actos de incomodidad. Los ángulos corporales son tan cambiantes como el cuerpo que aguarda ser retratado. Hay instantes de asombro, de espera impaciente, de acomodo perfecto del cabello, de un tirón de ropa para que se pose justamente sobre el cuerpo, un arqueo de espalda para que la columna se mantenga erguida y respetable proyectando una postura que cotidianamente no llevamos. Falsedad no es. ¿Esperanza? Tal vez.

Conozco personas que invariablemente cierran los ojos durante una fotografía. Admito con sinceridad que me parece lo más adorable que existe. ¿Se tratará de una resistencia inconsciente a ser capturados? Lejos de lo romántico que pueda parecer el hecho de inmortalizar miradas, habría que procurar retratar humores. Pensémoslo. Entramos al estudio fotográfico, pasamos por el espejo y repasamos con la mirada el peine comunitario y el atomizador que se despliega para el cliente. Pasamos la mano al cabello porque un peine para todos no es buena idea. Tomamos asiento y se oyen las instrucciones para los grados mínimos de acuerdo al ángulo de la cara. De pronto, la voz detrás del lente dice: ahora sí, muestre su cara verdadera. Habría fotografías enojadas, alegres, vacías, perturbadoras, tristes, eufóricas, conmovidas, agradecidas; reales. No es imposible y sí parece más humano.

“Paraguas”, cuento del maestro del relato de aliento corto Yasunari Kawabata, a quien regreso como espacio seguro que no termino de conocer, presenta la historia de una pareja de jóvenes que va camino a su primera fotografía juntos.

Inferimos, por las palabras que se utilizan, que son una pareja nueva con un compromiso reciente que promete todos los deleites del primer gran amor verdadero. El chico pasa por la tienda donde aguarda la chica. Con el corazón en la mano proyectado hacia el paraguas, espera que de alguna forma ella se acerque y el pretexto de la lluvia los una bajo la guarida estrecha. Ninguno se atreve. Llevan los hombros extremos al descubierto por el pudor inocente de un primer contacto físico. Luego, como suele pasar en la vida real, dentro del estudio el fotógrafo despliega una serie de instrucciones pertinentes: los sienta juntos.

Es oficial, son pareja; ellos lo saben. No lo dicta su compromiso verbal y familiar, ni el hecho de haber caminado solos hasta su destino; lo dicta el instante cuando el calor corporal de ambos los cubre intercambiando sus deseos. La fotografía, en este caso, no lo mostrará.

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