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Los cuentos escuchados en la infancia jamás se cuestionan. No se hace porque de la boca donde salieron, escuchamos también las más grandes verdades que aprendimos a guardar en el cajoncito aquél donde permanecen los mejores aprendizajes de vida.

Y también porque no se cuestiona lo que se ha escuchado a través de las voces del amor. No importa cuán inverosímil haya sido la historia, siempre había una cabecita que asentía creyente y daba por hecho la más improbable de las circunstancias narradas.

Recuerdo aquella historia de una protagonista cucaracha que después de bañarse, se entalcaba el cuello para salir a sentarse y buscar novio. Y era así, ¡indudable! La imaginaba perfectamente. En su pequeño rincón en algún espacio del hogar, donde tenía una regadera, su toallero y su mueble de baño donde estaría, brillante y oloroso, el talquero más pequeño del mundo con la mota más diminuta. La marca del talco, en mi imaginación, era Dos Caras.

No todas las historias son fantásticamente geniales, por supuesto. Las hay incómodas y retorcidas, como la de Charles Perrault, “Piel de asno”, donde encontramos el relato de una familia real que promete llevarnos al límite de lo que consideramos apropiado entre las relaciones familiares. Quienes hayan leído algo de él, sabrán que parte de su encanto, o sello, va en el sentido de la fantasía, el rescate de las hadas, el amor verdadero que dura más de cien años, y también, lo retorcido de las mentes de época: casarse entre familia, matar, desear lo que por naturaleza debería resultar ajeno.

Así, imagina, con tu mejor disposición, que una joven princesa ha huido de su reino porque su padre, enloquecido tras la muerte de su esposa, ha resuelto que la solución próxima es casarse con su hija. Sí, con su hija.

La princesa huye cubierta de una piel de asno que él le había obsequiado y se mezcla entre la muchedumbre para construirse una nueva vida lejos de aquella repugnancia inimaginable. Naturalmente, las circunstancias toman un buen vuelo; ella conoce un gran príncipe y logra un matrimonio sano, no sin antes haber sido apodada “Piel de asno” por su constante aspecto que la recubría y mantenía en precavido anonimato. El pasado histórico real puede llegar a nosotros en narraciones aberrantes.

Lo que para otros contextos era normal, para el nuestro es inaceptable. De la misma forma, historias improbables existen en todos los tiempos. A mí, por suerte, me tocó la de la cucarachita duchada y entalcada. 

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