Gracias
Julia Yerves: Gracias
Cuando algo nos ocurre, optamos por guardar el suceso en alguno de los cajones que tenemos en la mente. Por una parte, se encuentra aquél del olvido donde el fondo es un vacío que promete hacer que todo lo depositado en él se pierda para siempre y no pueda nombrarse de nuevo. Por la otra, está el cajón con muchos compartimientos interiores que se multiplican en cuanto decidimos guardar cosas que quizá no queramos recordar, pero que han causado algo en la mente y por ende también en la memoria histórica de nuestro ser. Éstos últimos, los cajones que aguardan los sucesos más peligrosos, son los que permanecen y los que necesitan ser compartidos; expulsados para limar el impacto.
Durante la preparatoria, un día subía al camión con destino a mi casa y un ratero intentó meter sus manos en mi bolsa. Reaccioné rápido.
Un codazo a la nariz y una patada al vientre bastaron para mantenerlo lejos de mí. Esto quise tirarlo al cajón del olvido; las piernas me temblaron en señal de pánico, de adrenalina indeseada. Lamentablemente la historia se fue al otro cajón y necesité repetirla una y otra vez a mis padres y hermanos, a mi abuela que se enteró, a mis tías que también supieron e incluso en años recientes aparece de nuevo en las reuniones familiares entre un “Julia, ¿te acuerdas cuando pateaste al ratero? ¿Cuál fue el insulto que le dijiste?”. Y lo cuento de nuevo con sensaciones que no se fueron del todo. Hubiera deseado poner todo eso en el otro cajón.
En “Gracias”, cuento del escritor chileno Alejandro Zambra, conocemos la historia de un secuestro y las consecuencias mentales y emocionales que se tuvieron a partir de él. Adelanto que no fue un secuestro al que estamos acostumbrados en el imaginario de la delincuencia. Se trató más bien de un evento particular entre golpes y amenazas, pero también de una curiosidad perfectamente narrada donde las nacionalidades, las apariencias y el instinto por ceder ante el peligro dieron como resultado un desenlace satisfactorio; si es que eso puede ser mentalmente posible.
No hubo muertos y sí consideraciones “humanas” para no dejar a las víctimas a la deriva. También significó una unión. Lo que fue un evento que con urgencia debió olvidarse, se convirtió en un congreso multidireccional donde los diálogos e intervenciones de quienes escucharon lo sucedido se inclinaron hacia una empatía fallida, totalmente imposible. Quizás antes de hablar deberíamos señalar a qué cajones irán nuestras historias.